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Carta abierta al Sr. Díaz-Canel, presidente de la República de Cuba

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Por Jorge L León (Historiador e investigador)

Houston.- Esta carta no busca diplomacia, sino verdad. Será clara, dura y firme, porque la realidad de Cuba me obliga a hablar sin rodeos.

Señor Díaz-Canel, el pueblo cubano lo conoce bien: usted no tiene vergüenza, ni carisma, ni decoro alguno. Su paso por el poder ha sido una larga cadena de engaños, mentiras y promesas incumplidas.

Sabemos de su incapacidad intelectual y de su absoluta falta de principios y de valor moral. Pero más allá del desprecio que inspira su figura, la tragedia nacional que hoy vivimos exige una acción inmediata.

El país entero está sumido en un colapso sanitario sin precedentes. Declarar una emergencia nacional y permitir ayuda humanitaria internacional no es una concesión: es un deber moral.

Las funerarias están desbordadas. Los cadáveres se acumulan en cámaras sin frío o en pasillos sin espacio. Familias enteras deben esperar días para enterrar a sus muertos. No hay ataúdes, no hay flores, no hay carros fúnebres.

Los hospitales —que alguna vez fueron símbolo de orgullo nacional— se han convertido en lugares de desesperanza. No hay camas, ni sábanas, ni oxígeno, ni medicamentos básicos. Los pacientes yacen en los pasillos, sin suero, sin calmantes, sin una mano médica que pueda salvarlos. La muerte ronda en silencio cada sala, cada barrio, cada hogar.

Mientras tanto, el régimen falsea las causas de los fallecimientos, registrando infartos o neumonías donde hay una epidemia oculta. Mentir para encubrir una tragedia sanitaria es un crimen de Estado.

Usted, Díaz-Canel, lleva años repitiendo la misma farsa: “el próximo año será mejor”. Pero el pueblo ya no cree. El pueblo recuerda, sufre y padece. Y la memoria de los cubanos será su peor enemigo, porque no olvidará quién condenó a un país entero a morir sin esperanza.

Le queda, quizás, una última oportunidad para comportarse como un ser humano. Póngase, aunque sea por un instante, en la piel de ese cubano que busca medicinas entre la basura, que entierra a su madre sin ataúd, que respira sin oxígeno y sin fe.

Tenga un mínimo de dignidad. Asuma su responsabilidad. Declare de inmediato una emergencia sanitaria nacional y permita la ayuda internacional, especialmente la de los Estados Unidos, antes de que el desastre se vuelva irreversible.

Hágalo ahora. Mañana será demasiado tarde. Y si aún le queda una gota de vergüenza, que sea esa la que lo impulse a frenar esta hecatombe antes de que su nombre quede grabado en la historia como el de un criminal de lesa humanidad.

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