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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
“Se hablaba de la democracia socialista, de la economía socialista, de la cultura socialista, pero -curiosamente- ningún dirigente habló nunca del hambre socialista, aunque eso es lo que era”.
Nuestra hambre en la Habana, Enrique del Risco.
Toronto.- Con bastante frecuencia, y por diferentes vías, leo o escucho una frase: “En Cuba no hay Socialismo, se ha impuesto un Capitalismo Monopolista de Estado”. No sé cuánto de inocencia o intencionalidad hay en la expresión pero, por lo general, la repiten aquellos que persisten en la construcción del Socialismo a pesar de las claras evidencias y pruebas que apuntan al carácter violento, destructivo y criminal de una ideología que, junto al Fascismo y el Nazismo, ha provocado las peores tragedias de la humanidad.
Siempre la misma excusa: La revolución de Octubre, el Maoísmo o el Castrismo, dicen intelectuales y artistas zurdos, se han alejado del camino correcto, han desvirtuado el ideal socialista, han mal interpretado “El Manifiesto” y terminaron construyendo un Capitalismo de Estado corrupto e ineficiente. Por un lado, intentan borrar las huellas de ruina y muerte que empañan la propaganda socialistoide y por otro siguen culpando al Capitalismo de todos y cada uno de los males sociales: pobreza, desigualdad, injusticia, discriminación racial, violencia policial, corrupción, prostitución.
Socialistas y comunistas se atribuyen (por decreto) cierta superioridad moral al identificarse con los muy tentadores términos de progresistas, ecologistas, feministas y pacifistas. Para los herederos de Robert Owen y Henri de Saint-Simon los más 120 millones de víctimas mortales y la destrucción económica y espiritual de cuarenta naciones en cuatro continentes nada tienen que ver con sus planes utópicos de felicidad en la Tierra. Son hábiles en el debate teórico, llevan la discusión a una tabla comparativa que pone frente a frente a un Capitalismo real con todos sus defectos (como toda obra humana) y un Socialismo ficticio que desborda en virtudes.
El inconveniente está cuando se contrasta la teoría con la práctica, y aparecen la historia y las estadísticas incontestables. Retruécanos y galimatías no alcanzan para explicar las tragedias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el Muro de Berlín, la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) que se define como Estado Socialista Autosuficiente, los genocidios de Pol Pot en Cambodia y Mengistu Haile Mariam en Etiopía, el Socialismo del Siglo XXI en Venezuela o una Cuba que por constitución asume la construcción socialista de forma irrevocable. Entonces aparecen caras alargadas y ceños fruncidos. Se ponen lívidos, vociferan, cuando alguien alerta sobre los coqueteos socialistas de Mussolini y Hitler.
Socialismo, puro y duro, ha significado y significa, sin excepciones: expropiación (robo), propaganda y control informativo, estado de partido único, policía política, salarios miserables, censura generalizada, obreros sin derecho a huelga, parlamentos unánimes, sindicatos fantasmas, educación ideologizada, culto a la personalidad, restricción al máximo de la iniciativa privada y el libre mercado, elecciones fraudulentas, violencia institucional, justicia dependiente y parcializada, estupidez, ineficiencia productiva. Levantan, los socialistas, la bandera de la distribución de la riqueza y la igualdad material, cuando la única igualdad razonable y digna es la igualdad ante la Ley que garantice a todo ciudadano los mismos derechos, deberes y oportunidades. La igualdad concreta en el Socialismo es la pobreza generalizada de las naciones que lo han intentado.
No debe clasificarse a un país atendiendo únicamente a la orientación ideológica del partido o coalición que gobierna. España y Canadá no son países socialistas a pesar de gobiernos que promueven el aumento del gasto público, la subida de impuestos, leyes orientadas por la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, la imposición del salario mínimo y el lenguaje inclusivo. En ambos países (todavía) se respeta y fomenta la creación y el desarrollo tanto de grandes corporaciones como de Pymes y hay alternancia en el Poder. Ambos siguen siendo Democracias Capitalistas.
La última carta a la que han apostado los del bando de Bernie Sanders, Pablo Iglesias, Gabriel Boric, Alexandria Ocasio-Cortez, Michael Harrington, Rashida Tlaib, Thomas Piketty, Michelle Goldberg, Jamelle Bouie y BLM para confundir y atraer jóvenes y despistados es la del “Socialismo Democrático”. Necesitan dorar la píldora y hablan entonces del “Socialismo Nórdico” en Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega e Islandia. Ocultan con intención algunos detalles: todos esos países, considerados desarrollados y democráticos, construyeron su riqueza y bienestar en décadas de expansión capitalista, de mercados abiertos, de libre contratación y empleo, de precios de oferta y demanda, de legislaciones en defensa de la propiedad privada y no por seguir los consejos de “El Capital”.
Los países escandinavos ocupan los primeros puestos en índices como el de Libertad Económica y el V-Dem (Variedades de Democracia) entre casi 180 naciones. En Suecia, Noruega y Dinamarca es muy fácil viajar, informarse, protestar, hacer negocios o adquirir propiedades, no se impone un salario mínimo a través de leyes, y son, según su ordenamiento político, monarquías constitucionales. Nada más alejado del ideal socialista que un rey o una reina como máxima figura del Estado a la que todos prometen fidelidad. Ya en Noviembre del 2015, en una conferencia en la Harvard’s Kennedy School of Government, el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen aclaró: “Dinamarca está bien lejos de tener una economía socialista y planificada, Dinamarca tiene una economía de mercado. Dinamarca no es socialista”. El 13 de septiembre de 2022 la premier sueca Magdalena Andersson renunció a su cargo tras la victoria del Bloque de Derecha en las elecciones legislativas.
En redes sociales y actos públicos los fanáticos del Castro-Comunismo corean: “Somos Continuidad”. Si, tienen razón, Cuba es un paìs Socialista donde continúan los apagones, las colas, el hambre, la escasez, la falta de agua, la división familiar y entre amigos, la represión policial, la mentira, la intolerancia, los actos de repudio, la libreta de racionamiento, los baches en las calles, el transporte en carretones tirados por caballo o camiones, la prisión política, el jineterismo, el alcoholismo, los salarios miserables, la emigración a toda costa, los chivatos en cada esquina, la educación del fraude, el control informativo, la mediocridad, la burocracia, la censura del arte independiente, la salud sin medicamentos ni ambulancias, el dólar a 165 pesos y la corrupción y el lujo grosero de los dirigentes. El país se derrumba, la gente no tiene esperanzas y huye, desde el poder se vuelve a gritar: “Socialismo o Muerte”