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CABALGAR

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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Estaba viendo una película de cowboys. Una excelente: «Los Siete Magníficos» con un casting más magnífico que «los siete», encabezado por el infalible Denzel.

Pero no voy a hablar de la película. Aunque ya la he visto (igual unas siete magníficas veces o algo así), por esas cosas que tienen las conexiones cerebrales, hoy un texto de su protagonista me hizo recordar algo de mi vida:

– Cabalgaré un día y medio para allá y otro día y medio de regreso [… ]

Y me vino a la mente la primera vez que monté caballo. No pony en el Parque «Lenin». Caballo, en el Valle de Viñales.

El jamelgo que me tocó era un siete cuartas que pa subirme tuve que hacer más maromas que los economistas del Gobierno. E igualmente no quedé bien. Los estribos me quedaban como a media cuarta de los pies… Y antes que me los arreglaran, el caballo, más jodedor que yo, parece que se dio cuenta del olor de mi miedo y partió a galope tendido subiendo una ligera elevación y haciéndome subir y bajar como pistón con émbolo partido… Parriba alegre… pabajo duro.

No sé qué distancia hizo aquél caballo… Pero a decir de los huesos en mi trasero debieron haber sido 70 kilómetros.

Al bajar, luego de una auxiliadora ayuda y mucho quebranto apendejado, fue que comprendí porqué los cowboys caminan así.

Y ahora me pregunto: ¿Cómo coño aquellos tipos se metían un día y medio pallá y otro día y medio pacá sin bajarse del caballo… ¿Existia el fondillo de titanio?

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