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Por Francisco José González ()
Cienfuegos.- Decidimos descongelar-limpiar la nevera, que la pobre hace días lo estaba reclamando a hielazos. Pero, sobre todo, porque intuíamos que bajo una trinchera de blanquísimas piedras de H2O en su estado sólido yacían los restos de algún viejo naufragio proteínico. Avícola por más señas.
Y en efecto, allá en el fondo del frízer apareció un paquete de muslos de pollo, más congelado que un fiordo noruego en enero.
Y entonces, pegada, adjunta, adherida, apretadita, unida, soldada al bulto producido y empaquetado Allafuera, descubrimos una jabita de naylon tan solidificada y gélida como su compañero de iglú.
A primera vista (ay, la primera vista, cuantos entuertos por tu causa) nos pareció esa porción de la nalga del puerco, o de la puerca, que los artífices del cuchillo le llaman bola. Aquel suculento pedazo de pernil porcino debía pesar por los menos cuatro libras. Y la boca empezó a ponerse en modo perro de Pavlov, y a segregar apetitos. Ya la veía doradita, con su grasita libidinosa por encima y todo. Y por pensar, pensé en el congrí y la yuquita que harían la triada de la dicha sobre la mesa familiar. La gula será un pecado capital, pero de vez en cuando no es motivo de excomulgación.
Y entonces, de repente, por obra y gracia de la descongelación gradual, la ilusión óptica apetitosa se desvaneció y en su lugar fue apareciendo una masa frutal porcionada en menudos pedazos.
¡Guayaba!, dije, aunque creo que los signos de admiración estaban sobrando en la expresión del desaliento alimenticio.
Si del cielo caen limones, hazte limonada, reza una máxima del optimismo. Entonces, si en el fondo de la nevera te encuentras cuatro libras de guayaba cosecha 2023, la mermelada viene que se mata.
Y si acompañada por un queso blanco venido de Ciego Montero mejor que mejor: matrimonio perfecto.