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Por Oscar Durán
La Habana.- No sé a dónde vamos a parar, muy a pesar de lo lejos que hemos llegado -para mal- en esta pocilga llamada Cuba: una guagua Girón remolcada por dos bueyes, Etecsa pidiendo 25 mil pesos para adquirir una SIM, en Manzanillo hace mes y medio no llega el agua, el dólar acercándose al récord de Armand Duplantis y Guillermo García hablando de Fidel Castro como si lo hubieran operado recientemente de adenoide.
No hay una sola noticia positiva para darles. Al contrario, si me pongo a contarles todo lo malo de Cuba, llenaría las mismas páginas de El Capital. Desgraciadamente tenemos al diablo encima de nosotros y nadie puede hacer algo por nosotros. Ni Marco Rubio, ni Donald Trump, ni los conciertos churrupientos de Dany Ome y Keivincito el 13, ni la madre de los tomates. Nadie.
Aquí nos adaptamos a una sola cosa: costumbre. Costumbre de no tener luz. Costumbre de no tener comida. Costumbre de no tener dinero. Costumbre de robarnos entre nosotros mismos. Costumbre de ver a Díaz-Canel y no decirle ni esta boca es mía. Costumbre de llevar más de 60 años tratando de ser libres, pero estamos tan, pero tan adoctrinados, que solo hemos logrado ser esclavos de una familia con millones y millones de dólares.
Nos estamos agotando como sociedad. Los que lograron salir de aquí entenderán mejor. Se acabó el mañana en este país. El hoy es miseria, carbón y apagón. Se acabaron todos los recursos. La esperanza recae en las Mipymes, pero ni con tres salarios podemos comprar una bolsa de arroz.
¿Que cuándo pasará todo esto? No preguntemos bobadas. Arranca para Brasil, si puedes, y olvídate de lo demás. Pobre de nosotros, los que no tenemos dinero, que es como no tener esperanza. Llevo 19 horas sin corriente y delante de mi casa hay par de imbéciles pintando un letrero que solo logro ver dos palabras: Gracias Fidel.
A eso me refiero cuando utilizo el término “oportunista cobarde”. La isla está llena de gentuza así. Tú los ves puertas adentro hablando peste del sistema, pero cuando salen a la calle se vuelven unas damiselas encantadoras. Hasta son los primeros en darle la mano a Limonardo cuando llega a cualquier pueblo mugriento.
Es la dura realidad de Cuba. Nos merecemos esto y más. Mientras Canel anda descansando desde su mansión en Miramar, todos nosotros llevamos una vida de mierda y nadie sabe cuándo terminaremos tanta agonía. O quizás sí sabemos, pero tenemos miedo. Mucho miedo.