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Evangelio: Mateo 3, 1-12.
Por P. Alberto Reyes ()
Camagüey.- El lenguaje del Adviento nos es familiar: “Conviértanse”, “está cerca el Reino de los cielos”,
“preparen el camino del Señor”, “el Señor viene…”. Es un lenguaje que nos va acompañando para que la
Navidad no se reduzca a un tiempo de luces bonitas, cenas en familia y “buen ambiente”, porque el
Adviento y la Navidad son otra cosa, son la renovación de una identidad y la reelección de un modo de vida, aquella que Cristo nos dejó en su Evangelio.
El objetivo de la Navidad no es desearnos “que las cosas cambien”, o “que todo vaya mejor en el
nuevo año”, sino que sepamos ser fieles al Evangelio de Cristo en medio de nuestra vida, cambien o no
cambien las cosas. Porque si bien es cierto que a lo largo de nuestra existencia muchas cosas pueden
cambiar y, de hecho, cambian, también es cierto que muchas cosas no cambian y, a veces, el cambio es para peor.
Por eso el ser humano necesita realizar actos que signifiquen la reelección de la vida que quiere vivir,
esa vida que se elige porque da sentido.
Limpiar la casa no es un acto de derrota definitiva de la suciedad, sino la reelección de la decisión de
vivir de un modo digno y aseado, una vez, y otra vez, y otra vez.
Una cena íntima el día del aniversario de casados no es una declaración de que nunca más habrá un
disgusto o una discusión, sino la reafirmación de apostar por un proyecto de vida en común.
Ir a trabajar sin deseos, cuidar a un enfermo, darse tiempo para escuchar a alguien que está pasando un
mal momento… son actos de fidelidad a lo que tiene valor para nosotros. Y eso es saber darle a la existencia un sentido.
Revisar nuestra vida a lo largo del Adviento, poner el árbol de Navidad, colocar el pesebre, preparar lo
mejor posible la Navidad, no son simples actos de “tradición cultural”, ni son sumarse a los “adornos para la ocasión”. Son algo mucho más profundo, son actos de declaración de una identidad: la de aquel que acepta a Cristo como el Hijo de Dios y como su Salvador. Y son actos de renovación de una elección: la elección de asumir el Evangelio como un proyecto de vida, la elección de tomar las decisiones cotidianas teniendo como criterios los valores del Evangelio.
Por eso no decimos “Felices fiestas”, porque la Navidad no es un simple tiempo de celebración
popular. Decimos “Feliz Navidad”, porque con ello queremos decir: “Te felicito, porque has aceptado a
Cristo como tu Dios y Pastor. Te felicito, porque has aceptado el Evangelio como programa de vida. Te
felicito, porque con ello has hecho del amor, del perdón, de la misericordia, de la paz… tu modo de existir
en la única vida que te ha sido dada, en el único tiempo que te ha sido concedido”.