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A JOSÉ MARTÍ, EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE

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Por Eduardo Díaz Delgado ()

Maestro,
Si pudiera hablar contigo, si de alguna forma mis palabras cruzaran la niebla que separa a los vivos de los muertos, lo primero que haría sería preguntarte:
¿Estás bien? ¿Cómo se está del otro lado del deber cumplido?
Y sobre todo, si desde donde estás se puede ver lo que pasa más acá…
Espero, de corazón, que no.
Porque si vieras lo que han hecho con la patria por la que tú moriste, te rompería el alma.

Hoy se cumplen muchos años desde que caíste en Dos Ríos. Caíste de cara al sol. Pero también se cayó tu sueño. A 135 años de aquel día, murieron para muchos las ansias de patria como altar, y nos han dejado una patria como cárcel.
Nos quedó tu nombre, sí, repetido hasta el cansancio por bocas que no creen en él.
Hombres que van a un dictador, invocando tus versos como quien usa el evangelio para justificar la hoguera.
Nos quedó tu nombre, sí, utilizado por quienes encadenaron esta tierra.
Un cubano, que asaltó un cuartel y usó tu nombre para legitimarse, fundó en tu sombra una dictadura.Desde entonces —y ya van más de seis décadas— se construyó un país a imagen y semejanza de un solo hombre.
Una nación sin ciudadanos, solo súbditos. Una isla sin derecho a isla. Una república sin república.

Dicen que te honran, y prohíben lo que más defendiste. Prohíben ser sinceros, en nombre del hombre que escribió:
“La libertad es el derecho que tienen los hombres de actuar libremente, de pensar y de hablar sin hipocresía.”
¡Qué ironía, Apóstol! Aquí no se puede ser sincero ni en voz baja.

Aquí el hombre no puede trabajar sin tener que mendigar.
Aquí el salario no alcanza ni para la dignidad.
Aquí no hay humanidad ni patria, porque como dijiste, “la patria es ara, no pedestal”, y la han convertido en un podio para burócratas sin alma.

Y qué triste, imperdonable, lo que han hecho con los niños. Decías que “los niños son la esperanza del mundo”.
Pues en Cuba, Martí, son los más desesperados.
No por lo que viven, sino porque no ven salida.
Porque el hambre de hoy duele, pero lo que asfixia es la certeza de que mañana será igual… o peor.
Y ya no se sueña.
Y ya no se juega.
Y ya no se canta.

El sol que a ti te vio morir todavía arde sobre nosotros,
pero no calienta el porvenir.
Solo nos recuerda que seguimos aquí,
alumbrándonos con velas, como tú,
pero dos siglos después, y sin causa noble.

Y el trabajo ya no es sagrado.
No ennoblece ni alimenta.
No es recompensa, es castigo.
Decías que “el trabajo es la savia de los pueblos”,
y aquí, el trabajo sangra.
Y no basta.

Decías que “la patria es de todos”,
pero la verdad es que ya no es de nadie.
Porque una patria que no ama a sus hijos no es patria, es exilio.

Yo sé que no moriste por gusto. Lo que dolería es saber que moriste en vano.
Pero no, Maestro. No moriste en vano. Solo moriste demasiado temprano. Y dejaste este suelo, hoy en manos de quienes no saben sembrarlo.

Tal vez un día tu ejemplo vuelva a florecer.
Tal vez otro niño lea tus versos,
no como consigna, sino como llamado.
Tal vez otra vez alguien diga “yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”
y lo diga en serio. Y le crean. Y lo sigan.

Hasta ese día, permíteme este desahogo. No porque lo ignores, sino porque, si lo oyes, tal vez nos acompañes desde allá. Y si no, al menos queda este testimonio:
que seguimos aquí, que todavía duele, que todavía importa. Y que aún creemos, aunque estemos cansados,
aunque estemos rotos, que algún día será verdad tu república.

Adiós Pepe.

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