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Por Luis Alberto Ramirez ()

Miami.- “Tengo dolocom, paracetamol, paracetamol con diclofenaco, paracetamol con ibuprofeno, ibuprofeno, penicilina, amoxicilina, clopidogrel, alcohol… ¡Ven a curarte! Caserita, no te acuestes sin tomarte una aspirina pa’ dormir”.

Este pregón, que hoy retumba por las calles de Santiago de Cuba como si se tratara de la venta de simples cucuruchos de maní, es el retrato más fiel de un país donde la salud pública se resolvió por la vía informal y la supervivencia cotidiana.

Porque a falta de pan, casabe. Y a falta de un Estado funcional, está la bolsa negra, la improvisación y el ingenio del cubano que, frente al abandono oficial, decide asumir el rol que el gobierno dejó tirado hace décadas: garantizar las necesidades básicas del pueblo.

El gobierno puede controlar, prohibir, regular y amenazar, pero no puede ofrecer ni una tableta de paracetamol en las farmacias estatales. Resultado: los cubanos hicieron lo de siempre. Resolvieron. Quien viaja trae medicamentos. Quien recibe una remesa envía aspirinas, antibióticos y analgésicos. Y quien tiene contactos desvía lo poco que aparece.

No es legal, pero es funcional. Y en Cuba, desde hace mucho tiempo, lo ilegal funciona mejor que lo estatal. El pregón callejero se convirtió en la sala de urgencias del barrio; la javita con pastillas importadas es el seguro médico real; y el vendedor ambulante terminó siendo más útil que el sistema de salud que el gobierno pone como “ejemplo para el mundo”. Mientras tanto, el gobierno pregona propaganda y fantasías

Hace apenas dos días, Miguel Díaz-Canel llegó a Santiago de Cuba. En el municipio Tercer Frente, el 40% de los clientes sigue sin servicio eléctrico, y más de la mitad de la población continúa sin agua tras el paso del huracán Melissa, ocurrido hace más de un mes.

La pobreza devastadora

La gente vive entre apagones interminables, turbinas rotas, techos caídos y tuberías colapsadas. ¿Y qué dijo el presidente? : “No hay agua ni electricidad, pero todo se ve más bonito; la fealdad va borrándose”.

Una frase que solo puede salir de alguien completamente desconectado de la realidad, o de alguien que subestima la inteligencia de su propio pueblo. Porque ¿qué clase de presidente mira un territorio devastado, sin luz, sin agua, sin medicamentos, y se atreve a decir que todo “se ve más bonito”? ¿En qué país vive? ¿En qué universidad enseñan semejante nivel de cinismo?

Mientras Díaz-Canel recoge titulares con frases absurdas, los habitantes de Santiago siguen viviendo entre escombros, mosquitos, enfermedades y carencias.

El huracán pasó hace más de un mes… pero el gobierno no, aún sigue ahí, jediéndole la vida a los cubanos. Por eso no sorprende que el pregón de medicamentos se haya convertido en el sonido ambiente esperanzador de la ciudad.

Es la respuesta natural de un pueblo cansado, olvidado y dejado a su suerte. En Cuba ya no es noticia que falten medicamentos. La verdadera noticia es que el pueblo, con su creatividad infinita, logró suplir lo que el Estado dejó de hacer. El pregón del vendedor ambulante se ha convertido en símbolo de resistencia y de realidad.

Es la demostración de que, cuando el gobierno se dedica a la propaganda en lugar de gobernar, la nación agoniza, pero se organiza por su cuenta. Y así, entre apagones, falta de agua y autoridades que viven en un universo paralelo, los cubanos siguen repitiendo, entre resignación e ironía: “A falta de Estado, que no falte el pregón”.

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