Por Joel Fonte (Especial para El Vigía de Cuba)
La Habana.- Cuando los cubanos, hartos de sufrimientos, de frustración, resentidos contra todo y todos sin saber a ciencia cierta dónde está la culpa de que luego de 64 años sigamos viviendo bajo un régimen de esclavitud, pensemos en buscar el eterno culpable en el miedo, en la pusilanimidad, en la supuesta cobardía de los cubanos que no nos enfrentamos al castrismo, que no lo arrojamos del poder para instalar de una vez y para siempre el régimen democrático que dará un vuelco a nuestras vidas, y que sin duda nos merecemos, deberíamos preguntarnos a nosotros mismos si somos justos como individuos y como pueblo, si nuestro análisis es sensato.
Los cubanos no somos un pueblo cobarde. Hemos sido como nación, eso sí, víctima de un muy largo proceso de ideologización, de adoctrinamiento masivo, de despojo de toda riqueza o posesión de bienes materiales, y colocados así en un estado de completa dependencia, de vulnerabilidad frente a un régimen totalitario que ha concentrado todos los derechos para sí y nos ha impuesto todas las obligaciones, llevándonos a la condición de mendigos.
Se nos arrancaron los derechos políticos; el derecho a la manifestación y la protesta pacífica, el derecho a la huelga, el derecho al pluralismo político expresado a través de la conformación de partidos políticos y la lucha de esa naturaleza en igualdad de condiciones con el poder; nos arrancaron hasta el derecho elemental a la información como sujetos activos y pasivos de ella, a la libertad de pensamiento, de religión, de expresión.
En Cuba dejamos de ser dueños hasta de nuestros cubiertos de cocina, de nuestras casas y autos, porque todo debíamos entregárselo al verdadero dueño -el régimen castrista- para que excepcionalmente nos permitiera ejercer otro derecho más secuestrado, el derecho a emigrar.
La historia de nuestro pueblo es una historia de despojos y aislamientos, que solo cuando el castrismo no tuvo más opción, hace poco más de 15 años, tras la cesión del poder por Fidel Castro a su hermano, comenzó a maquillar fingiendo que cambiaba para prolongar ese poder, pero sin devolvernos nuestras libertades esenciales, esas que nos son dadas como derechos humanos naturales y que hasta hoy no tenemos.
Toda esa larga esclavitud, sembró en nuestro pueblo el inmovilismo, la inacción, la apatía frente a las injusticias, porque de tan comunes dejamos de advertir su oscuro y reaccionario significado.
Pero a pesar de todos los enormes obstáculos, a diario en cualquier pueblo de Cuba se manifiestan hombres y mujeres contra la dictadura, personas dignas que son golpeadas, procesadas y encarceladas sin acceso a una justicia efectiva. En su gran mayoría los nombres de esos verdaderos valientes no son ni conocidos.
También son muchos los ejemplos en los que la masa ha estallado y, aunque luego fue víctima de la propia desorganización y de la represión desatada por el régimen, rompió temporalmente ese inmovilismo.
El ejemplo más reciente y paradigmático de ese coraje colectivo fue el 11 de julio del 2021, con más de 60 territorios del país levantados y decenas de miles de hombres y mujeres en las calles clamando Libertad.
Todas esas circunstancias adversas tan excepcionales -que no están presentes ni siquiera en Venezuela, donde aún subsisten instituciones democráticas que pugnan contra el chavismo, un menor grado de adoctrinamiento, recursos económicos en manos de esa oposición, además de líderes que en un contexto de pluralismo político formal pueden competir y atacar al poder sin ser encarcelados- han impedido que en Cuba haya existido un espacio democrático permanente para la organización, estructuración y desarrollo de grandes movimientos políticos y el surgimiento de hombres que habrían cambiado nuestros destinos como nación.
Debemos, pues, cambiar ese inmovilismo y articular acciones que propicien una alternativa real al régimen castrista. Ese es nuestro deber cívico, y nuestra obligación con nuestros hijos.