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Dos frentes en uno: ¿Por qué Venezuela es más que Maduro para Washington?

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Por Joaquín Santander ()

Caracas.- Unos amigos, con una certeza que nace de la costumbre y no del análisis, repiten un mantra tranquilizador: Trump no se meterá en Venezuela, nadie tocará a Maduro. Todo este lío, dicen, es un espectáculo mensual para la prensa, un truco de distracción para desviar la mirada de otros frentes domésticos.

Argumentan, con algo de razón en la superficie, que la oposición venezolana está fragmentada y que el duopolio Maduro-Cabello no solo conserva el poder, sino el respaldo activo de una parte de la población. Se aferran a la idea de que la pura fuerza interna es el único termómetro que mide la vulnerabilidad de un régimen. Ahí reside su primer error de cálculo.

Lo que no logran comprender, en su visión geopolíticamente miope, es que Estados Unidos no moviliza grupos de ataque de portaaviones, despliega bombarderos estratégicos y anuncia movimientos de fuerzas especiales como un simple ejercicio de disuasión vacío o un reality show para las cámaras.

Esas piezas no se colocan en el tablero por capricho. Cada barco que se aproxima a la costa venezolana es un símbolo de capacidad y una advertencia tangible. Es el lenguaje crudo del poder, que habla más alto que cualquier comunicado de prensa o declaración de un funcionario. Subestimar ese despliegue es ignorar la gramática misma de la presión militar.

La Habana en el colimador

Pero el foco verdadero, el objetivo estratégico que mis amigos pasan por alto, bien podría estar más al norte, en La Habana. La inteligencia estadounidense sabe, con precisión de dossier, que el núcleo duro de la seguridad personal de Maduro —esa guardia pretoriana que decide su respiración y su sueño— está penetrado y dirigido por oficiales cubanos de la más alta confianza del régimen castrista.

Y no es solo la guardia. Las Fuerza Armada Nacional Bolivariana, en sus mandos claves de inteligencia, logística y operaciones, están igualmente entrelazadas con la asesoría y el control cubano. Venezuela no es solo un satélite; es un protectorado militar y de seguridad administrado desde Cuba.

Esta es la ecuación que convierte a Venezuela en una jugada maestra para un Trump que busca un legado de fuerza y un triunfo contundente en el patio trasero.

Al golpear en Venezuela, Trump no busca solo derrocar a un usurpador incómodo. Está apostando a matar dos pájaros —o dos regímenes— de un solo tiro. El primer disparo derriba a Maduro. El segundo, y quizás el más dulce para ciertos halcones de Washington, le pone en bandeja de plata la cabeza política y estratégica del castrismo.

No se puede subestimar a Trump

Para Marco Rubio y el sector más intransigente de la política floridana, la caída de Maduro sin la humillación y el colapso del andamiaje cubano que lo sostiene sería una victoria a medias.

Pero una intervención que desnude y quebrante el aparato de seguridad cubano en Venezuela, que evidencie su fracaso y su vulnerabilidad, sería el golpe definitivo contra la dictadura más longeva del hemisferio. Sería la prueba final de que su modelo exportado de control es insostenible ante la determinación norteamericana.

Por eso, cuando mis amigos insisten en que todo es un teatro, yo les pregunto: ¿y si el teatro es solo el prólogo? Están viendo la obra de un solo acto —la crisis venezolana— sin entender que el guion está escrito para un drama regional en el que Cuba es el protagonista oculto, y cuya conclusión pretende reescribir por completo el balance de poder en el Caribe.

Subestimar a Trump cuando tiene a los halcones a su oreja y a la Flota del Sur en aguas disputadas, es un lujo que la ingenuidad no se puede permitir. El movimiento de barcos no es para adornar el telediario; es la puntuación brutal de una amenaza que tiene, en su mira, dos capitales.

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