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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- El gobierno cubano está ahogado. No es una metáfora, es un diagnóstico de urgencia en la sala de cuidados intensivos de la economía. Y en su desesperación, empieza a romper sus propios dogmas con la fuerza bruta del que se hunde.
De pronto, en la FIHAV 2025, la misma cúpula que durante décadas puso la inversión extranjera en el índice de libros prohibidos, la anuncia ahora como el «componente fundamental para el desarrollo». Uno se pregunta: ¿qué pasó? ¿Una iluminación ideológica en medio del apagón general? No. Simplemente, la isla ya no puede caer más abajo.
Las «novedades» que anuncia, con bombo y platillo Prensa Latina, son una confesión de derrota. Ofrecen lo que cualquier país normal da por sentado: que un inversionista pueda vender al mayoreo, contratar a quien considere competente o, atención, comprar combustible.
Nos quieren vender como una gran conquista revolucionaria el simple hecho de que una empresa no tenga que paralizarse porque el Estado no pueda surtirle de diesel. Es el mundo al revés: presentan la solución a un problema que ellos mismos crearon como el gran logro.
La medida más reveladora es la de «reactivar activos ociosos». Ahí está la clave de todo. El régimen, dueño de una piltrafa industrial inmensa, de fábricas que fueron saqueadas por la ineptitud y el centralismo, ahora ofrece las ruinas al capital foráneo. «Tome esta instalación en escombros, póngala a producir, obtenga ganancias… y luego nos la devuelve.»
Es el capitalismo de los más cínico: que el extranjero asuma el riesgo y la inversión, para que la nomenclatura, después, herede el negocio funcionando. Una jugada maestra de quien ya no tiene nada propio que ofrecer excepto mano de obra barata y desesperación.
Y uno se cuestiona el timing. ¿Por qué ahora? ¿Por qué esta apertura de emergencia justo cuando el malestar social hierve a fuego lento en las colas para el pollo? La respuesta es simple: es el último cartucho. El modelo se agotó, la ayuda venezolana es un recuerdo y ni los rusos logran tapar todos los agujeros.
Esta no es una apertura por convicción, es un salvavidas de espuma que lanzan al mar bravío de la crisis. Es rendirse sin admitirlo, es abrir la puerta no por gusto, sino porque se la van a echar abajo.
Pero la pregunta del millón es: ¿quién se va a creer esta supuesta buena fe? ¿Qué inversionista con dos dedos de frente confiará sus millones en un país donde la ley es un capricho del poder, donde los contratos pueden romperse por «razones de soberanía» y donde la moneda es un experimento fallido?
Anunciar «flexibilidad laboral» es bonito sobre el papel, pero en la práctica significa que el Estado, a través de su «entidad empleadora», seguirá metido en medio, como un celador vigilante en una relación que debería ser de privacidad total entre el capital y el trabajador.
Al final, el espectáculo de la FIHAV 2025 es triste. Es el de un gobierno que, acorralado por su propio fracaso, se pone de rodillas ante el mundo con un plato de mendigo, pero sin soltar el garrote con la otra mano.
Quieren el dinero, la tecnología y el sudor ajeno, pero sin ceder un ápice de control político. Es una fórmula destinada al fracaso. Ofrecen las migajas de lo que debería ser un banquete de libertades económicas, y esperan que el inversionista extranjero, ese al que tanto despreciaron, les crea. La pregunta no es si es suficiente, sino si no llega demasiado tarde.