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La verdadera historia de amor en el Titanic

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En medio del caos, cuando el Titanic se partía en dos y la orquesta intentaba domar el miedo con violines, hubo una historia real que superó a cualquier guion de Hollywood.

No llevaba nombres como Jack o Rose. Se llamaban Isidor e Ida Straus. Él, cofundador de los grandes almacenes Macy’s. Ella, su compañera de toda la vida.

Viajaban en primera clase, rodeados de lujo… pero la noche del 14 de abril de 1912, nada de eso importó.

Cuando los botes salvavidas empezaron a descender por la borda, Ida recibió un lugar —como todas las mujeres de primera clase—. Pero al ver que Isidor debía quedarse, simplemente negó con la cabeza.

Un testigo escuchó sus palabras, que atravesaron el frío del Atlántico como un juramento eterno:

«Hemos vivido juntos muchos años. Donde tú vayas, iré yo».

Intentaron insistirle. Intentaron obligarla. Ella solo sonrió, se quitó el abrigo y se lo entregó a su doncella: «No lo necesitaré».

La pareja fue vista por última vez sentada en una tumbona, uno al lado del otro, tomados del brazo mientras el Titanic se inclinaba hacia la oscuridad. No gritaron. No corrieron. Esperaron juntos.

Hollywood eligió contar la historia de dos jóvenes ficticios. Pero en la vida real, el amor más grande a bordo del Titanic no fue inventado: fue el de un matrimonio que prefirió la muerte a la separación.

Ida tenía 63 años. Isidor, 67. Y en sus últimos minutos sobre la tierra, demostraron que algunas promesas no necesitan sobrevivir para ser eternas. (Tomado de Datos Históricos)

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