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Por Juan Carlos Cuba Marchán ()
Madrid.- Tras el paso del huracán Melissa por el oriente cubano, miles de familias perdieron sus camas, colchones y techos. En muchos hogares, el suelo volvió a ser el único refugio posible. El Estado promete ayuda, pero la escasez y la burocracia hacen que, una vez más, la recuperación se mida en años. En medio de esa precariedad, una palabra cotidiana —colchón— adquiere un peso simbólico: el del descanso perdido y el de una historia que viene de lejos.
Porque mientras en castellano dormimos sobre un colchón, gran parte de Europa reposa sobre un matelas, un materasso o un mattress. La diferencia no es solo léxica: revela dos trayectorias culturales. El término español proviene del árabe quilt, “saco relleno”, introducido en la península por los andalusíes, que acostumbraban a dormir sobre fundas de lana o plumas extendidas en el suelo. De ahí nació colchón, con su inconfundible sufijo castellano.
Las lenguas europeas, en cambio, tomaron otro rumbo: del árabe maṭraḥ (“lugar donde se extiende algo”) surgió el latín medieval matracium, que dio materasso en italiano, matelas en francés y mattress en inglés. Dos raíces semíticas, dos caminos distintos que convergen en un mismo gesto: el de tender el cuerpo para descansar.
Hoy, en los pueblos devastados del oriente cubano, esa palabra vuelve a pronunciarse con urgencia. Entre promesas y esperas, el colchón —herencia lingüística y símbolo doméstico— recuerda que el descanso también es un derecho que la historia, y los vientos, suelen arrebatar primero.