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Por Oscar Durán

La Habana.- El viaje de Manuel Marrero a Qatar es otro capítulo más en la novela diplomática del castrismo contemporáneo: viajes, apretones de mano, sonrisas para la foto, promesas de cooperación y un país hundido en la miseria.

Lo presentan como un “hito” de las relaciones bilaterales, pero detrás de cada discurso de “hermandad” hay una búsqueda desesperada de oxígeno económico para sostener el mismo sistema que ha condenado a Cuba a la ruina. Marrero no va a Doha a representar a un pueblo libre, va a mendigar recursos para mantener viva la dictadura.

El primer ministro habla de “elevar los nexos económicos y comerciales al mismo nivel de los políticos”. Lo que no dice es que, desde hace décadas, el nivel político de esos nexos ha sido el de la subordinación: Cuba depende de los países que todavía le extienden la mano.

Qatar, un emirato rico en petróleo, es visto como posible salvavidas financiero para un gobierno que no tiene crédito ni credibilidad. Marrero viaja acompañado de ministros, viceministros y funcionarios que no han resuelto un solo problema dentro de la isla, pero que son expertos en justificar su miseria con palabras huecas.

En Doha, Ibrahim Yousif le dijo a Marrero que “el pueblo qatarí aprecia mucho al pueblo cubano”. Tal vez sea cierto, pero ese aprecio no llena los refrigeradores vacíos en La Habana, ni acaba con los apagones de 14 horas, ni devuelve la dignidad de los médicos que trabajan por migajas en misiones que benefician más al régimen que a ellos mismos.

El protocolo diplomático siempre es amable, pero detrás de cada frase cortés se esconde el reconocimiento tácito de una verdad incómoda: Cuba no tiene nada que ofrecer, salvo mano de obra barata y un relato político agotado.

Avances ni avances

Resulta grotesco escuchar a Marrero hablar de “los avances que se están logrando en materia económica y comercial”. ¿Avances dónde? La economía cubana vive su peor crisis en tres décadas. La moneda está pulverizada, el salario promedio no alcanza para un litro de aceite y la emigración es la única política pública que realmente funciona. Mientras el primer ministro se toma fotos en Qatar, en Santiago de Cuba la gente está sin comida, y en Río Cauto más del 90 % del pueblo perdió todas sus cosas. Esa es la verdadera radiografía del “modelo socialista”.

El discurso de Marrero sobre la “hermandad” entre Fidel Castro y el emir padre es otro intento de reescribir la historia para justificar los errores del presente. Es la misma retórica vacía de siempre: “amistad”, “solidaridad”, “vínculos históricos”. Palabras que no alimentan, no iluminan, no curan. Cuba necesita inversiones reales, reformas estructurales, un gobierno decente, no una foto en Doha con un jeque que apenas sabe dónde queda Holguín. Pero claro, hablar de libertad no entra en la agenda bilateral.

Al final, lo que este viaje demuestra es la esencia del poder cubano: un régimen que viaja por el mundo prometiendo futuro mientras su pueblo sobrevive sin presente. Marrero puede sonreír en Qatar todo lo que quiera; cuando regrese, lo estarán esperando los mismos apagones, las mismas colas, los mismos hospitales sin medicinas y el mismo país fracturado.

Y ni la “cumbre de desarrollo social” ni los discursos protocolares cambiarán el hecho de que Cuba, más que un Estado en desarrollo, es una nación en estado terminal.

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