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Por Mónica Baró Sánchez ()
Miami.- Pena ajena me provocan los comentarios de tanta gente pidiendo a Sandro para presidente por decir que oh, qué terrible, el dólar está alto en Cuba, y la culpa es de El Toque por publicar la tasa de cambio diariamente, a partir de un análisis -que ha sido explicado hasta el cansancio y con transparencia- de los anuncios de compra y venta que circulan principalmente en redes sociales.
Sandro debería pedirle a su tío abuelo que autorizara la venta de divisas a la población en sus casas de cambio al precio que él considera justo, para que vea cómo el mercado informal desaparece, porque pierde su sentido, o al menos se regula.
Debería de paso decirle que pague en dólares a los trabajadores y jubilados, no un salario que equivale a menos de diez dólares mensuales. Y si va a pedir, que pida también la descentralización de las fuerzas productivas y de las redes de comercialización, que saque el Estado de operaciones donde no pinta nada, solo entorpece y genera ineficiencia.
Ahí quizás las cosechas de los campesinos dejen de podrirse en los campos porque los camiones del Estado no pasaron a recogerlas. Aquí quizás los viejos dejen de comer directamente de los cestos de basura porque no pueden con su paupérrima jubilación garantizar al menos un plato de comida al día.
Y que siga pidiendo y pida que autoricen la creación de partidos y asociaciones diversas, y la protesta, para que vean cuánto va a durar el Partido Comunista en el poder: nada.
La culpa no es de El Toque, Sandro. Tu familia, la que te dio el apellido por el cual puedes hablar lo que quieres en tus redes sin acabar en una cárcel, o exiliado, ha querido centralizar los dólares desde 1959.
Saquearon a quienes se exiliaron por décadas . Saquearon cuando el oro y la plata; a artistas que ganaban premios en dólares fuera de Cuba. Y tu abuelo hasta metió a la cárcel a bulto de gente por portar dólares, hasta que un día, voila, lo despenalizó.
Pedir a Sandro para presidente es tener como sueño para Cuba el funcionamiento de una mafia, sostenida a palo limpio, a punta de pistola, cárcel y destierro; ni siquiera de una monarquía, porque hoy las monarquías occidentales se mantienen en democracias.