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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- No tengo ni ideas de quien es el hombre de pullover blanco en la foto. Uno de ellos, de los dirigentes en alguna instancia, debe ser. Solo alguien con rango se coloca en esas marchas ridículas -que ellos llaman ‘recorridos’- entre los dos ‘pejes’ gordos del castrismo.
No tengo ideas de quién es, y tampoco quiero saberlo. Solo sé que la foto fue tomada en Holguín. En esa provincia donde el viento, la lluvia, las inundaciones, dejaron huellas de dolor en la gente. Donde muchos perdieron las casas, todos sus bienes, incluyendo muebles que heredaron de los bisabuelos. Y también refrigeradres reparados como 12 veces, y los únicos colchones de siempre de la familia.
Y a ese Holguín golpeado y adolorido llega la cúpula de impecable verde olivo, con botas lustrosas. Y se encuentran con su representante allí, con alguien al frente de algo, que no es Joel Keipo, porque ese está también de verde olivo.
El del lugar, el hombre de marras, viste impecables tenis blancos Nike, un jean que no ha recibido una gota de agua y menos de fango. Un pullover blanco que encandila y, para colmo, lleva unas gafas de sol al cuello, porque él está a su aire.
En aquella provincia cargada de dolor, este hombre contrasta. Mientras más de la mitad de los habitantes andan por ahí, mojados, lamentando haber perdido lo poco que tenían, este desfila por su pasarela, como si el dolor no fuera su problema.
Para estos tipos el ejemplo no importa. Nunca importó. Por eso quiero llamar la atención, porque duele ver el contraste entre el golpeado y el que dirige, entre el presidente y el campesino, entre el ministro de viente abombado y el niño que mira al árbol de guayaba al que el ciclón le arrebató la última fruta.
Esta es Cuba. Y Cuba da lástima. Al menos a mí.