
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Laritza Camacho
La Habana.- Acabo de leer sobre un niño en Santiago de Cuba que anda descalzo porque guarda sus únicos zapatos para ir a la escuela…
La mente vuela y recuerdo mis únicos zapatos en la universidad. Eran unos tenis -de aquellos Popis- y eran amarillos. Los pobres, no pegaban con nada. Había que llevarlos con gracia y ponerles su toque de humor.
Por suerte apareció un pantalón carmelita y unas bermudas de mezclilla y podía embarajar el «outfit» -esa palabreja no existía entonces- para ir a la CUJAE, al teatro, a cualquier fiesta.
Yo tenía el pelo y los ojos bonitos y la gente me miraba más pa’ la cabeza que pa’ los pies. Poor suerte, digo yo riéndome de la desgracia.
Recuerdo también un día que terminamos de ensayar. Cuando aquello Posdata ensayaba en un local en Compostela, Habana Vieja, y a la salida, caminamos por Muralla rumbo a Egido. No olvidaré a aquel niño y a su madre, dándole tremenda tranca vespertina…
A mano abierta que debió picar muchísimo y una sola frase de aquella mujer en medio de su encabronamiento…
«¿Qué coño tú haces con zapatos? Si los rompes, yo voy a ver.»
Nunca nos reímos de aquella escena, ni siquiera cogimos el «chiste» de humor negrísimo para incorporarlo a nuestro repertorio de locuras cotidianas.
Un niño sin zapatos nunca da risa. Un niño sin zapatos es una vergüenza ciudadana, una vergüenza nuestra…imperdonable.