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Por Oscar Durán
Santa Clara.- El asesinato del policía Jorge Luis Mesa, conocido como “Cal Viva”, no solo dejó un vacío en la estructura represiva del régimen, sino que destapó, una vez más, las miserias de un sistema que utiliza la violencia como escudo y al uniformado como carne de cañón. Su velorio, rodeado de agentes de la Seguridad del Estado y una multitud de policías, fue más un acto de reafirmación política que de duelo. No lloraban a un hombre, lloraban a un engranaje que se les fue de las manos. En Cuba, hasta la muerte de un oficial se convierte en un espectáculo de poder.
La imagen de los agentes presentes, muchos de ellos con sobrepeso y aspecto descuidado, contrasta con la propaganda oficial de un cuerpo policial disciplinado y ejemplar. La foto compartida lo retrata a la perfección: un oficial cuya barriga supera la de Manuel Marrero y que encarna la decadencia física y moral de quienes deben sostener un aparato de control agotado. Más que guardianes del orden, parecen caricaturas de un Estado que ya no puede esconder sus ruinas ni en los uniformes.

Mesa, apodado “Cal Viva”, no era un inocente. El mote que cargaba resume la brutalidad con la que era identificado por muchos. Su figura despierta sentimientos encontrados: para las autoridades, un mártir; para la calle, uno de tantos represores que dejaron huellas de abuso. La abundancia de policías y agentes en su despedida no busca rendirle honor a la persona, sino enviar un mensaje de cohesión a un cuerpo desmoralizado, cada vez más cuestionado por la ciudadanía.
El despliegue policial en su velorio también evidencia el miedo del régimen: miedo a que incluso en la muerte de uno de los suyos aparezca la protesta, el grito incómodo, la irreverencia del pueblo. Esa sobrerrepresentación de la Seguridad del Estado solo confirma la inseguridad que habita en los pasillos del poder. Y mientras tanto, los cubanos de a pie ven en esas ceremonias oficiales un recordatorio de que el gobierno sigue invirtiendo recursos en defender a su maquinaria represiva en lugar de resolver los problemas reales de la gente.
La foto del policía barrigón en portada es más que un detalle curioso: es metáfora del colapso. Una fuerza policial que ya no inspira respeto, sino burla; un Estado que pretende proyectar autoridad, pero que exhibe sus debilidades en cada botón que amenaza con romperse. La muerte de Jorge Luis Mesa quedará inscrita en la crónica oscura de la represión cubana, no como un símbolo de lealtad, sino como la evidencia de que incluso los verdugos terminan cayendo en medio de la podredumbre que ayudaron a sostener.