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Por Jorge Menéndez ()
Hoy, al levantarme, revisé mis mensajes en Facebook y, antes de llegar al primero, ya me había topado con propaganda del hotel Arenas Blancas, de Cayo Santa María, de otro hotel en Cienfuegos cuyo nombre ni recuerdo, de la agencia de alquiler de coches Cubacar, de la empresa de envíos de comida a Cuba llamada Chismes, y de otra dedicada al envío de vehículos…
Realmente me aturde la cabeza, porque ese tema no me interesa en absoluto. Nunca he lucrado ni he obtenido beneficio alguno de las desgracias de mi gente. Es un principio que siempre he respetado, y más aún sabiendo que ninguno de los dólares que aporte irá en beneficio de mi país.
Jamás fui —ni entendía— a los cubanos que yo mismo catalogaba como recalcitrantes, aquellos que decían que no iban a Cuba para no darle un dólar al gobierno. Hoy, visto lo visto, me he unido a ellos, aunque sea de forma involuntaria.
Hago un autoanálisis de mi evolución, en la medida en que el gobierno de Cuba se ha quitado la máscara y mi pueblo sufre cada vez más.
Veo cómo los cubanos aguantamos, y me expreso así porque no hago distinción entre los de aquí y los de allá. Observo un país cayéndose a pedazos, mientras un gobierno gasta millones en publicitar sus hoteles y los paisajes paradisíacos de Cuba, sin importarle la realidad.
Veo publicidad de empresas que envían comida a Cuba, cuando esa comida debería producirse en el país, sin excusas.
Cuba se ha convertido en un negocio privado del gobierno y sus seguidores, que se enriquecen a costa nuestra.
Me molesta ver cuántos cubanos —las llamadas ciberclarias— se prestan para publicar opiniones positivas sobre hoteles a los que el 99% de los cubanos no tiene acceso. Lo hacen a cambio de una botellita de aceite. Son cubanos sin alma, que se prestan a hacerle el juego a la corrupción del gobierno. Curiosamente, todos tienen sus perfiles en blanco o restringidos. Son cobardes.
Jamás pude pensar que una cosa tan sencilla como una botellita de aceite se fuera a convertir en protagonista de los desalmados cubanos que apoyan la represión, la miseria y el hambre.
Todo esto muestra la desesperación del gobierno por mantener viva la máquina de facturación en dólares, mientras el turismo cae a razón de un 30% anual.
En cualquier caso, creo firmemente que el final está más cerca que lejos. De eso estoy convencido.