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Por Oscar Durán
La Habana.- Cuando uno escucha que Cuba va a modernizar su sistema eléctrico con apoyo ruso, lo primero que le viene a la cabeza no es eficiencia ni desarrollo. Le viene la imagen de una brigada sudorosa en chancletas, intentando revivir una turbina soviética del año ’79 a martillazos, mientras un ingeniero graduado en la Cujae le explica a un ruso, en un inglés peor que el de Díaz-Canel, cómo funciona el apagón programado en Baracoa. Porque sí, modernizar el SEN suena bonito, pero no deja de ser la misma música desafinada con otra letra.
Bruno Rodríguez, el canciller que más tuitea y menos resuelve, soltó la bomba como si estuviera anunciando el iPhone 17 Pro Max en La Habana. Habló de cinco puntos de cooperación con Rusia. Mencionó inteligencia artificial, como si tuviéramos electricidad estable siquiera para cargar un teléfono, y hasta se permitió citar una inversión de 60 millones de dólares para combustible. Nada dijo de los millones que se han perdido en manos de ministros ineficientes, ni de los bloques que se prometen desde que Fidel confiaba en la leche de Ubre Blanca.
La estrella de este anuncio es la Central Termoeléctrica Ernesto Che Guevara, en Santa Cruz del Norte. Allí, supuestamente, se renovarán tres unidades de 100 MW. O sea, se seguirá apostando por un modelo de generación que hace rato debió ser enterrado junto al último discurso de Raúl Castro. Pero no. Aquí seguimos creyendo en fósiles y en promesas extranjeras, mientras la isla completa anda a oscuras desde el oriente hasta el Cabo de San Antonio. La única luz que vemos, cuando llega, es la del celular prestado por el hijo del presidente del CDR.
Hablan de instalar un bloque de 200 MW con dinero ruso. Pero ni un dato sobre fechas, plazos, condiciones o transparencia. Solo un titular más para Granma y otro recuento de la eterna espera. En el país donde los hospitales operan con linternas, ahora nos vienen con la novedad de que el Kremlin nos va a resolver el calor. Se gastan millones en chatarra mientras no hay presupuesto para un metro de cable decente en mi barrio. Pero claro, siempre habrá crédito para comprar petróleo con intereses, porque así funciona el matrimonio Cuba-Rusia: tú me das rubros, yo te doy votos en la ONU.
Y como si eso no bastara, la gran prioridad será la “formación de especialistas”. Otra vez la cantaleta. Lo repiten como si en Cuba no sobraran profesionales desempleados, frustrados, o trabajando como Uber en Miami. No necesitamos más cursos de capacitación, necesitamos un país que funcione. Porque cuando el apagón dura más que el amor de una novia de secundaria, el problema no es de técnicos, es de modelo. Y el nuestro lleva 65 años sin graduarse.
La realidad es que estamos entrando en otro capítulo de dependencia energética maquillado de cooperación. Rusia, ese «socio incondicional» con sueños imperiales, vuelve a meterse en los enchufes cubanos. No para salvarnos, sino para sostener a una dictadura en crisis.
Detrás de cada megavatio prometido hay un kilo de compromiso político. Y mientras ellos negocian a puertas cerradas, aquí abajo seguimos alumbrándonos con nada y maldiciendo cada vez que la corriente se va a la hora de la novela turca.
La modernización del SEN no es una mala idea. Lo malo es que la lidera un gobierno que no sabe ni cómo modernizar un interruptor. Que se gasta los créditos en pan con ideología y se llena la boca hablando de sostenibilidad mientras el pueblo se derrite en los apagones.
No hay inteligencia artificial que salve la estupidez estructural de un régimen que, después de seis décadas, sigue buscando afuera lo que no supo construir adentro.