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Por Albert Fonse ()

A lo largo de la historia, no siempre han sido los grandes discursos, ni los planes meticulosos, ni los líderes carismáticos los que han encendido la llama del cambio. Muchas veces, han sido hechos pequeños, aparentemente insignificantes, los que han desencadenado revoluciones, derrumbes de imperios y la caída de dictaduras.

En Irán, la muerte de una joven por no llevar “correctamente” el velo islámico provocó una ola de protestas que sacudió al régimen. En Francia, el alza del precio del pan encendió la chispa de la Revolución.

También en Rumanía, un intento de expulsar a un pastor desató el colapso del régimen de Ceaușescu. En Túnez, el suicidio de un vendedor ambulante fue el detonante de la Primavera Árabe. Ninguno de esos hechos fue planeado como un levantamiento, pero todos se convirtieron en punto de no retorno porque la indignación ya venía acumulada, silenciada, reprimida.

Hoy en Cuba, el malestar vuelve a hervir bajo la superficie. No sé si serán las tarifas de ETECSA, los apagones, una madre exigiendo comida para sus hijos o una esposa reclamando la libertad de su esposo preso político lo que prenda la chispa. Pero sé que cada gesto de dignidad importa. Cada grito, cada cacerolazo, cada paso a la calle es una grieta más en los muros del miedo.

Llega el verano y con el…

Apoyo toda expresión auténtica de rebeldía contra el régimen totalitario cubano. Apoyo todo lo que sacuda esa normalidad impuesta por la represión y la miseria.

Ahora vienen los meses más calurosos del año. Con más calor también vendrán más apagones, más pestilencia en los basureros, más mosquitos, menos comida, menos internet.

Veremos cuánto más puede el pueblo aguantar tanta miseria humana, mientras la cúpula del Partido Comunista vive entre mansiones, aire acondicionado y autos de lujo.

Veremos si, esta vez, no es otro once de julio que termina con cientos de presos, sino con la caída definitiva de la dictadura cubana.

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