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Por Oscar Durán

La Habana.- Alfredo López Valdés, director de la Unión Eléctrica, se sentó en la Mesa Redonda con cara de “ya no sé qué inventar” y dijo lo que todos ya sabemos: el sistema eléctrico cubano está hecho leña. La frase textual fue que “la situación es grave”, pero decir eso en Cuba es como decir que el mar tiene agua

Habló de apagones, de cinco bloques en reparación, de más de 500 megawatts en veremos, y de un diesel que se esfumó como la esperanza del cubano promedio. Palabras y más palabras.

El cinismo disfrazado de tecnicismo fue más claro que nunca. Resulta que ahora la esperanza energética está en unos parques solares listos en enero de 2026. ¡Bravo! Entonces tenemos que esperar más de un año para que el 10% de la electricidad venga del sol. Eso, si no se nubla el país completo, si no se desvían los recursos y si algún ministro no decide que es más urgente mandar los paneles a iluminar la tumba de algún mártir del Partido.

Y mientras eso llega, ¿qué hacemos? Apagar el ventilador, dejar de cocinar o seguir como estamos: durmiendo sudados, velando que no se funda el transformador del barrio -porque ya han colapsado diez en un solo día en La Habana-, y viendo cómo la luz se va en el preciso momento en que intentamos descongelar un picadillo de pollo comprado con medio salario.

Como si no fuera suficiente, antes del verano se van a parar dos «monstruos» termoeléctricos: Antonio Guiteras y Felton 1. Nos advierten que será breve, que volverán rápido, pero en Cuba breve es sinónimo de eterno. Además, si no hay petróleo, ¿para qué volver?

En la hora pico, los apagones superan los 1.600 MW. Es decir, en el mejor momento del día para descansar, estudiar o ver un juego de pelota, el país se queda a oscuras. Y esto con una capacidad instalada de 1.993 MW, que en julio, según cálculos optimistas, bajará a unos 1.120 MW. O sea, ni a la mitad. ¿Quién aguanta eso?

Desde 2018, se han importado más de 17 millones de equipos electrodomésticos. Lo que no se dijo en esa cifra es que lo que se trajo en comodidad, se lo tragó la red. Y como los transformadores son del siglo pasado, ahora revientan como palomitas. Cada nuevo motor, cada split que se instala, es un clavo más al ataúd de un sistema obsoleto.

Y aún así, hay un ministro que se asoma a cámara con cierto aire de optimismo: que si parques solares, que si soluciones híbridas con acumuladores, que si motores térmicos. Todo eso es futuro. Mientras tanto, el presente se llama apagón, se llama calor, se llama mosquitos, se llama “no puedo cargar el teléfono”, “no puedo dormir”, “no puedo más”.

La gente en los barrios no necesita más cronogramas. Lo que necesita es luz. Pero lo único que llega puntual es la oscuridad. Y la represión. Porque protestar por un apagón también tiene costo en esta isla donde todo está prohibido menos el descaro.

Dicen que para enero de 2026 tendremos 51 parques solares. ¿Y si en vez de contar paneles contáramos la dignidad que nos queda? Seguramente nos daríamos cuenta de que también estamos en apagón moral. Porque tener electricidad no es un lujo. Es una necesidad básica. Y no la tenemos.

Los de la UNE pueden seguir hablando de megawatts, de cronogramas, de mantenimientos “breves”. Pero aquí abajo, donde no llega ni la luz ni el respeto, la única energía que crece es la de la rabia. Y esa, cuando se sincronice, no va a necesitar transformadores.

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