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Por Redacción Nacional
La Habana.- Mientras miles de cubanos hacen cola para conseguir una libra de arroz o un litro de combustible, este miércoles un jurado en Oviedo se reunirá en una sala con aire acondicionado, café de marca y bocadillos sin racionamiento, para decidir quién se lleva el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2025. Qué ironía. Hablar de ciencias sociales en un mundo que ha dejado a Cuba fuera de toda ciencia, de toda sociedad y, sobre todo, de toda esperanza.
Cuarenta candidaturas de quince países. Todos ellos con bibliotecas públicas que funcionan, universidades con acceso a internet sin restricciones y gobiernos que —aunque con fallos— no castigan la disidencia como si fuera un crimen de guerra. Y mientras tanto, nosotros aquí, en la isla, repitiendo discursos, contando apagones y preguntándonos qué carajo hicimos mal como pueblo para merecer este castigo eterno.
El jurado, presidido por Emilio Lamo de Espinosa, catedrático emérito de Sociología de la Complutense, anunciará a mediodía el nombre del ganador. Quizás sea un antropólogo que lleva décadas estudiando las tribus amazónicas, un filósofo que enseña sobre la ética digital en Oxford o una economista que, desde Nueva Delhi, disecciona las desigualdades del sur global. Todos merecen el premio. De eso no tengo duda.
Pero me pregunto: ¿y Cuba? ¿Cuándo alguien va a estudiar científicamente la catástrofe antropológica, política y social que ha significado el castrismo? ¿Cuándo un premio de ciencias sociales va a reconocer a esos cubanos que se fajan todos los días contra el hambre, la represión y el olvido?
Ahí tienen a Alejandro Portes, premiado en 2019. Un tipo serio, sociólogo y demógrafo nacido en La Habana, que se largó cuando entendió que en esta isla no había manera de hacer ciencia sin pedir permiso al Partido. Portes nos estudió desde la distancia, porque aquí no lo hubieran dejado ni publicar un artículo sobre la pobreza infantil sin que pasara por tres censores.
¿Y qué decir del resto? Dani Rodrik, Amartya Sen, Michael Sandel… nombres que brillan en las universidades mientras aquí los profesores tienen que vender cigarros por la libre para poder llegar al final del mes. No es que en Cuba no tengamos intelectuales; es que los han obligado al exilio, al silencio o a la traición ideológica. Y al que se resiste, le espera una celda con chinches y picadillo de aire.
Hoy, en algún lugar del Hotel de la Reconquista, se dictará el fallo. Será una ceremonia con palabras cultas, sonrisas sinceras y aplausos merecidos. Pero ni una palabra se dirá sobre los mambises modernos que luchan aquí, sin becas ni premios, por la justicia social real. Esos que analizan la miseria cubana desde dentro, que resisten con una columna en un blog, una tesis clandestina o una clase dada con los zapatos rotos.
A ellos, nadie les dará una medalla. Pero son los verdaderos científicos sociales de esta tragedia con nombre de país.
Mientras no se reconozca el daño cultural, humano y estructural que la dictadura ha causado en el tejido social cubano, ningún premio que se otorgue allá afuera estará completo.
Que repartan el galardón. Que entreguen flores. Que saluden al premiado con reverencias. Pero que no se atrevan a decir que entienden de justicia social mientras Cuba sigue hundida en esta ciénaga de ideología barata, control absoluto y hambre planificada.
Aquí, donde la ciencia es sospechosa y la sociedad está secuestrada, seguimos esperando que alguien, algún día, escriba nuestra historia con rigor, sin miedo y con premio. Aunque sea póstumo. Aunque sea desde el exilio. Aunque ya nadie escuche.