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Por Joel Fonte
La Habana.- Hace unos años escribí unas líneas destacando la vida de un hombre que, habiendo escogido primero la violencia para alcanzar el poder político. Luego, después de largos años de cárcel, derivó en lo que se conoce hoy como la izquierda democrática.
Insuficientemente informado, solo veía en él a una especie de guía espiritual que, como exguerrillero, expresidente del Uruguay, ex-senador, había devenido en filósofo de la libertad. La predicaba con el entusiasmo casi místico que un párroco difunde el Evangelio.
El tiempo, aleccionador, crítico, me mostró después que debemos ser más incisivos, más audaces buscando elementos para fundamentar juicios. Descubrí que ese profeta del derecho de los hombres a vivir sin ataduras había sido amigo íntimo de representantes de esa otra izquierda, la autoritaria. Tenía entre sus cercanos a los más odiados dictadores latinoamericanos. Incluía a Fidel Castro, a Raúl Castro, a Hugo Chávez, a Maduro…
Y los cubanos -hace sólo unos días, en ocasión de la muerte del jefe del Vaticano, escribía sobre eso- que luchamos contra uno de los vicios más dañinos a la razón -la intolerancia-, no siempre triunfamos. Tendemos a aborrecer no solo a esos que nos han hecho víctimas de sus crímenes tan largamente, sino también a sus cómplices. También a sus aliados, o hasta a sus cercanos…
Como jefe de Estado de su país, primero, y luego como personalidad política, sus denuncias de los crímenes de la dictadura cubana habrían abierto los ojos de muchos en el mundo. Sin embargo, no lo hizo. Cuando se aproximó a ello, lo hizo con la ambigüedad de quien no está interesado…
Creo que su muerte -así es para mí al menos- es un recordatorio de todas las contradicciones que encierran los hombres. De los posibles vacíos entre sus discursos y sus obras. También de que nosotros, los cubanos, debemos encontrar en ello el camino de no seguir ídolos, supuestos profetas. En cambio, debemos defender ideas y defender credos.
Y también que no podemos esperar por más tiempo de otros lo que es nuestra obligación alcanzar.