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LA SEDUCCIÓN RUSA FRENTE A MENDIGOS OPORTUNISTAS

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Por Oscar Durán

La Habana.- A primera vista, la visita de Miguel Díaz-Canel Y Bruno Rodríguez Parrilla a la Zona Económica Especial (ZEE) de San Petersburgo podría leerse como una postal diplomática.

Imágenes de funcionarios sonrientes, elogios al modelo ruso de innovación y promesas de cooperación. Sin embargo, tras el lenguaje edulcorado de los comunicados oficiales, emerge una pregunta inquietante: ¿qué busca realmente Cuba en este tipo de plataformas y qué posibilidad tiene de replicarlas?

La ZEE de San Petersburgo, especialmente el sector de Novoorlovskaya, es sin duda un ejemplo notable de planificación e incentivos estatales eficaces. Su enfoque en sectores como la biotecnología, la inteligencia artificial o la microelectrónica responde a una lógica clara: atraer capital, fomentar desarrollo industrial y posicionarse en la vanguardia tecnológica. Pero esa lógica, tan bien engrasada en el contexto ruso, no se trasplanta mecánicamente a la realidad cubana.

El entusiasmo del canciller Rodríguez en redes sociales refleja más un acto de admiración que un diagnóstico estratégico. Cuba no tiene hoy el tejido empresarial, la infraestructura, ni el marco regulatorio adecuado para replicar un modelo como el de San Petersburgo. La isla, asfixiada por la ineficiencia interna y una legislación ambigua para la inversión extranjera, aún está lejos de generar un entorno que permita a una ZEE operar con autonomía y resultados tangibles.

Además, la visita se produce en un momento donde las relaciones bilaterales entre La Habana y Moscú atraviesan una fase de “revitalización” marcada por una narrativa de resistencia común frente a Occidente. En ese marco, la tecnología parece convertirse en una nueva trinchera ideológica más que en una herramienta de modernización real. El riesgo es evidente: que estas incursiones tecnológicas terminen siendo fuegos artificiales diplomáticos sin traducción concreta en mejoras para la población cubana.

Hay que mirar con lupa lo que significan las Zonas Económicas Especiales en países con regímenes centralizados. En muchos casos, estos espacios se transforman en burbujas de eficiencia rodeadas por el caos burocrático general.

¿Puede Cuba gestionar una burbuja así sin reproducir las desigualdades, los privilegios de casta y la exclusión que ya caracterizan su economía dual? Más aún, ¿puede hacerlo sin antes reformar de manera profunda su sistema económico y su concepción del mercado?

En un país donde el acceso a internet sigue siendo limitado, donde las importaciones de bienes básicos dependen del vaivén geopolítico, hablar de inteligencia artificial y nanotecnología suena más a coartada propagandística que a política de Estado.

Lo que se impone es una reflexión menos autocomplaciente. Cuba no necesita imitar modelos que no puede sostener. Necesita mirar hacia adentro, modernizar su estructura productiva, liberar a sus emprendedores y establecer reglas claras para el capital nacional y extranjero.

Solo entonces, las Zonas Económicas dejarán de ser vitrinas importadas y podrán convertirse en motores internos de cambio.

Recordemos que el verdadero desafío no es aplaudir la eficiencia ajena. Es construir la propia.

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