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SÁNCHEZ- PARODI, EL CUBANO DE LA REVOLUCIÓN QUE MÁS SABÍA DE ESTADOS UNIDOS

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Carlos Cabrera Pérez







Majadahonda.- Ramón Sánchez-Parodi Montoto (Consolación del Sur, 1938 – La Habana, 2024) fue quizá el cubano de la revolución que más sabía de Estados Unidos, aunque jamás alardeaba de ello, por su carácter hermético y ajeno a la rimbombancia; como la mayoría de los fundadores de la Seguridad del Estado, donde su nombre operativo era Facundo.

Sánchez-Parodi murió, a los 86 años, este miércoles en La Habana por dolencias cardíacas, según fuentes familiares. Hasta el momento de redactar esta nota, el gobierno cubano ni la prensa estatal habían informado de su fallecimiento.

Con su muerte, Cuba pierde a uno de los mayores expertos en Estados Unidos, donde trabajó doce años como primer jefe de la Sección de Intereses, una fórmula diplomática que ideó Henry Kissinger en tiempos de Nixon y materializó James Carter en 1977.

Facundo fue durante doce años interlocutor directo con el Pentágono, la CIA, el FBI y los departamentos del Tesoro y Comercio; incluso en la era Ronald Reagan, cuando apreció un aumento de la hostilidad de la Casa Blanca hacia su gobierno; pero sin llegar a prescindir del contacto directo.

En sus testimonios dispersos hay apuntes sobre sus encuentros secretos con altos funcionarios estadounidenses y los matices y pretextos que cada inquilino de la Casa Blanca imprimió a sus relaciones con Cuba; incluidos la solidaridad de Cuba con el independentismo portorriqueño y la intervención militar en África.

Los pragmáticos, como Kissinger, abogaban por un restablecimiento pleno de relaciones; negociando incluso las cantidades a resarcir a los expropiados por la revolución, el coste de daños y perjuicios del embargo y su levantamiento; todo con cifras negociadas bilateralmente.

Los duros, como Zbigniew Brzezinski, apostaban por no arreglar el diferendo con Cuba; posturas que generaron absurdos como ver a Gerald Ford asegurando que la reconciliación bilateral era imposible por la presencia militar cubana en África y luego Carter abrió las Secciones de Intereses, cuando mayor era el involucramiento militar de La Habana en Angola, Etiopía y otros puntos del continente africano.

Unas Memorias de Facundo, que sabía escribir con tino, serían un banquete para amigos y enemigos, pero Cuba padece una perversa generación de protagonistas silentes; en ambas orillas, renuentes siempre a contar lo vivido, bajo el síndrome de Yo no le puedo hacer eso a mí país, que esgrimía Gastón Baquero frente a la tesis de Eliseo Diego de la necesidad vital de dar testimonio.

Sus esfuerzos por unir a la emigración cubana, donde siempre tuvo familia, apenas son conocidos, como la mayoría de sus actos; incluido su papel en el Chile de Salvador Allende.

Fidel Castro compró la idea de las Secciones de Intereses porque sus relaciones con Leonid Brézhnev eran cada vez más difíciles y, solo dos años después, Yuri Andropov le dijo a Raúl en su cara que se había acabado el pan de piquitos; quizá Facundo habría podido explicar con mucha luz los verdaderos sentimientos de Castro hacia Estados Unidos, que lo aupó al poder, en detrimento de Fulgencio Batista, y luego lo convirtió en héroe carismático con su arrinconamiento y hostilidad.

Paradójicamente, su larga estancia en Washington fue su etapa menos inteligente porque el comandante en jefe le ordenó expresamente que se abstuviera de matraquear en suelo enemigo; para eso ya estaba la Misión Cubana en Naciones Unidas.

Su carrera en la seguridad cubana fue ascendente, fundador junto a Manuel Piñeiro; de quien llegó a ser su segundo y jefe de la sección de Análisis de la DGI, en la época de los mejores reclutamientos en Estados Unidos, Canadá y el resto del mundo; bajo la dirección del fallecido general Oberto (Orlando Prendes) y con la colaboración de su segunda, Adelfa, (Alina Alfaya Amaro), que estableció un nexo muy útil con el senador estadounidense George S. MacGovern; de la que nunca ha dado testimonio.

Tras su vuelta de Washington, Sánchez-Parodi llegó a ser viceministro de Relaciones Exteriores, embajador en Brasil pero poco a poco fue bajando su perfil hasta su jubilación como subdirector de la oficina del Programa Martiano, que dirigía Armando Hart Dávalos.

Facundo era disciplinado, fraterno sin excesos, educado, irónico sin lastimar, riguroso y hermético; como la mayoría de aquel grupo de fundadores de la Seguridad del Estado; que han vivido sus jubilaciones en una perspectiva extraña, entre el soslayo oficial, el periodismo, la ensayística y la emigración de sus hijos, pero sin una queja, porque cuando alguien se hacía corsario en 1959, era para siempre y sin arrepentimiento; incluso contra el criterio de una familia bien, que nunca asumió los postulados de la revolución cubana.

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