(Robado del muro de Facebook de Gustavo Borges)
La Habana.- La penúltima vez que lo vi, José Antonio me confesó tener un telescopio con el que llevaba adelantada una investigación sobre la posibilidad de encontrar cerveza potable en otros planetas.
Dos meses después, en marzo de aquel año, dudé de su cordura porque me habló de la reencarnación, pero no lo cuestioné. Me encantó su idea de que en el año 190 antes de Cristo él había sido Hiparco de Nicea, el hombre que armó el primer catálogo de estrellas, y yo su ayudante. «Entonces fuimos hermanos», me dijo.
En mayo me reveló tener lista una expedición. «Debes tomarme en serio; un día te mandaré a buscar porque mi cómplice eres», insistió al verme reír, burlón.
En junio 18, hace hoy dos años, tomamos añejo. Juro que vi su aura, azul índigo, más no comenté nada para no aguar la fiesta delante de la familia. Para entonces entendí que era el más cuerdo de todos nosotros, una especie de rey de la alegría, y ordené a mi secretario facilitarle los millones de dólares necesarios para su proyecto de volar al cielo.
Pronto se cumplirán dos años de que José Antonio partió en una nave de cristal templado. Detallista como es, este domingo me ha enviado una postal en el día de su cumpleaños 58:
«Empecé por Venus, donde no conocen la levadura. Me desilusioné, pero en el planeta Yameli di con una rubia que besa como lo que es, ser celestial, y he decidido no regresar. Mi vida corporal valió la pena por el agua con limón, la cerveza fría, la siesta y sobre todo por la presencia de las mujeres. Acá sigo pensando lo mismo. Si vienes, mi rubia te cocinara frijoles, jugaremos ajedrez, te enseñaré mi pueblo con gente sin ideologías y no querrás regresar ¿te imaginas un sitio sin egos y sin reguetón? ven conmigo y verás».
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