Por Gretell Lobelle
Mantilla.- Vino la luz después de 73 horas. No pude hacer mucho; me acosté a dormir y le dije a los muchachos que se ocuparan de todo. Necesitaba descansar y reiniciarme. He aprendido a entregarme a las emociones y después regresar al proceso de sostenerme entera.
Hoy me quebré. Salí a la calle sobre las 9:00 am. Justo en la iglesia de Mantilla, me encontré con Yolanda. Yolanda es una señora de 83 años. La saludé y, cuando me tomó de las manos, noté que estaban muy frías. Los viejitos tienen la piel muy finita y suelen tener las manos un poco frías, siempre me llama la atención las manos de los viejitos, pero ese frío y su murmullo me llevaron a preguntarle: «Yolanda, ¿usted comió?»
-«Ay, mijita, dos cucharaditas de arroz. Ahora vengo del correo para cobrar la chequera y no hay luz, ni tengo dinero».
-«No se mueva de aquí», le dije.
Le compré unos plátanos pintones, unas malangas y le di dinero. Apenada, me dijo que si necesitaba arroz, ella me podía dar. Rompí a llorar. Yolanda me consolaba y, no sé por qué, me dio por pedirle perdón. Le dije que estaba sensible, que no se preocupara, y ella me abrazó, asegurándome que todo pasaría. Que confiara en Dios que él me miraba y me daba fortaleza. La acompañé a su casa y seguí sin rumbo, sin saber a qué había ido a la Calzada.
Ahora despierto con conexión y leo un poco de mensajes y de textos. Empiezo a ver post con la sensación de vuelta al mundo del ego y el apego. A conectar de esta otra manera. Donde habita y se manifiesta la necesidad en algunos de razón y sacar a pasear por el valle de la virtualidad el juez que llevamos dentro.
De tantas horas de oscuridad, uno saca alguna experiencia. Al menos yo abrazo la certeza absoluta, que en tiempos de incertidumbre es fundamental conectar con nuestra esencia humana. A pesar de nuestras diferencias, todos compartimos un mismo hogar en este vasto universo. Todos somos iguales y merecemos ser aceptados y respetados.
La reactividad y la defensa son respuestas naturales ante el dolor. Pero, en lugar de aislarnos, hay que abrazar nuestra vulnerabilidad. Hoy no tengo otras palabras para quienes me leen ahora que veo comentarios y post tan reactivos entre cubanos de aquí y de allá, no tengo otra cosa que invitar que extiendas tu mano hacia los demás, elevar nuestra conciencia colectiva y crear un espacio donde tu cercano se sienta valorado y amado. La luz siempre regresa, las palabras hirientes y los ataques de egos no hacen ningún bien.
La empatía y compasión se sienten por la propia existencia humana, no se juzga, no se sacan cuentas pasadas. Se tiene y ya. Yo sé la historia de Yolanda. Aún cuando ella me dice siempre «sé que te conozco, pero no recuerdo de dónde» y le explico de mi tía Nena, de mi abuela y ella ya no recuerde quienes son. Aunque sepa que Yolanda tiene hija, nieta y un pasado en el cual algunos vecinos digan, por algo terminó así.
Yolanda me recuerda Cuba, quizá por ello, rompí a llorar.