Por Joel Fonte
La Habana.- Él es Nicolae Ceausescu, el último dictador de Rumania y de la era del comunismo en la Europa del Este bajo el yugo soviético.
Mantuvo el control del país con mano de hierro, apoyado por el férreo aparato del Partido, por los órganos de seguridad, por los militares, desde 1967 hasta ese 21 de diciembre del 1989, cuando el pueblo, concentrado como miles de veces antes para hacerle loas al déspota en una plaza de la capital, se hartó de los cortes eléctricos, del hambre, de las mentiras, de los privilegios de una clase política que los estaba matando lentamente, y se reveló.
Los mismos políticos y militares que lo apoyaron hasta ese día, le hicieron un juicio sumario de solo dos horas a él y a su esposa, los condenaron a muerte, los fusilaron, y sin más trámites mostraron sus cadáveres al mundo entero.
Los déspotas, los tiranos, los que creen que pueden someter a un pueblo entero a las más crueles penurias sin esperar reacción, deberían mirarse en ese espejo.
Raúl Castro, su dinastía, Diaz-Canel y los demás sirvientes del castrismo que se enriquecen mientras someten a este noble pueblo, deberían mirarse en ese espejo.