Por Arturo Mesa ()
Atlanta.- «Yo no les pido que crean -nos dijeron una vez-, les pido que lean»… y uno se educó en el leer, quizás el mayor error del poder.
Si mi generación no hubiese leído (por andar en colas como sucede hoy), quizás tampoco supiéramos que gobernar es prever y proveer, y que la función del gobierno nunca fue justificar, ni permitir condiciones de agravamiento al día a día.
Hoy leemos, quizás desde lejos, (porque desde adentro el tiempo es para colas) y leemos que desde el año 2000 la población se mantuvo por encima de 11 millones y que solo en los últimos dos años descendió 1.2 millones, casualmente desde que nos dijeron que las calles eran de los revolucionarios y que el Partido estaba por encima de la Constitución.
Tales frases, si lo piensas bien, hicieron más daño que todo el bloqueo desde el mismo año 2000 que no logró nunca reducir en 1.2 millones nuestra población. Tales frases, obligaron a huir, a dejar de soñar y hasta a mentir para poder salvarse. Tales frases dejaron claro que aunque el barco se hunda, los salvavidas no se van a lanzar porque los hombres mueren pero el barco es inmortal.
Con tales frases se perdió más población y esperanzas que en el evento más dramático del siglo anterior: La Caída del Campo Socialista.
Leemos también (como nos pidieron que hiciéramos), que el estado no logra aportar, y carece de vergüenza para dimitir, no beneficia, no provee, no da lo esencial ni paga suficiente para obtenerlo. Leemos también que para cuando hayamos muerto de hambre y enfermedades tendremos marinas, hoteles y campos de Golf para que venga el imperio a evidenciar las conquistas de la revolución.
Leemos que no hay un plan claro de desarrollo, que el ordenamiento, el reordenamiento y las distorsiones son los primeros sinónimos de muchos por venir, que ninguno de los que cobra salarios a partir de nuestros aportes, logra aportar para contribuir a nuestro beneficio.
Pero eso sí, el estado justifica y justifica hasta el hartazgo porque de otro tema no puede opinar. Alude al bloqueo mientras productos del mismo Norte imperial reposan en tiendas para ventas online mientras esperan ser pagados con la misma moneda imperial que un día prohibieron por dañina.
Critica los altos precios, pero no compite contra ellos, no pone productos, ni producciones, ni reparte las tierras. No enamora, no retiene juventudes ni cuenta contigo si no te sumas a las ridículas campañas de lemas y actos de reafirmación.
El gobierno no garantiza transporte para ir a trabajar no tiene insumos para el hospital (la Potencia) no provee recreación, electricidad, ropas, no tiene maestros y encima mantiene que solo en el socialismo se alcanza la mayor justicia social.
Un día se nos dijo que los pobres no caben en el gran Capital, que no estudian, que no tienen salud, ni alimentos sanos. ¿Qué difiere entonces el gran Capital de las condiciones en las que vive hoy la población de la perfecta sociedad? ¿Acaso son nuestros alimentos sanos?
El gobierno se apropia de ingresos que no merece, y no resuelve nada, mantiene un estatus social de etiqueta, salones y carteras de boutique y luego retorna fresco y jovial a las oficina, mientras, por sobre todas las cosas, le falta a su palabra y a su función.
Despertar hoy en mi isla amada, regida por el más inútil gobierno imaginable, es no saber si habrá luz, pan, merienda, agua, recogida de basuras o zapatos para ir a estudiar; de todas formas estudiar, no importa, no hay tiempo para leer, ha llegado el detergente a la tienda y no vino completo, lo más conveniente es marcar temprano.
El socialismo del siglo 21 no nació nunca, abortó a medio término, apareció torcido, corrupto, incapaz, cruel, violento y vacío.
La destrucción del sistema se agenció desde adentro sin que el gran capital lanzara ni una piedra. En un país que crece todos leen, todos opinan y participan pero en mi país, por desgracia, si lees, y te informas, o terminas en listas injustas o no alcanzas las mínimas porciones de alimentos que como armas, utilizan, para que no pienses, ni leas, ni te cuestiones nada en las horas que pasas a la espera, porque, lógicamente hay que llevar el pan a casa.