Por Sayli Alba Álvarez ()
Sancti Spíritus.- A las dos de la tarde la guagua en que regresaba de Jarahueca paró frente a una placita y dejó la puerta abierta, mientras una de nuestras escritoras se bajó para hacer una gestión personal, entonces comenzamos a recordar la pasada Feria del Libro en la Montaña y las caldozas y a comparar los lugares…
Se me ocurre decir que para mí todo estaba bien, que me encanta el campo y subir lomas y comer mango… y de pronto un guajiro, sentado en la placita me dice: ¡Bájate y quédate aquí conmigo! ¡Ven! Si te gusta el campo quédate, que ¡Vas a rallar la yuca! Mis amigos escritores desde dentro de la guagua se ríen y me dicen ¡vaya Sayli! Mira al guajiro y miro.
Es trigueño, muy trigueño y trae un intenso pulóver azul cielo y pitusa apretado y sonríe de medio lado y me muestra su lata de cerveza en la mano y no me quita los ojos de arriba y vuelve a decirme ¡Ven!… Y como en la mente todo es rápido me imagino ahí con el guajiro y pienso en cómo sería su cara cuando yo tuviera que irme con los escritores a otros pueblos, cuando me quejara de dolores de rodilla o de cabeza, cuando le contara mis discusiones, mis guerras, mis anhelos, mis depresiones, cuando tuviera que cocinar él porque yo no llego a tiempo o cuando quisiera vestidos nuevos, zapatos blancos y comidas especiales.
Claro, el guajiro no sabe que en casa me espera otro guajiro que hace diecisiete años también me pidió que me quedara y hasta un hijo le regal
Él no sabe nada de mi vida y sigue brindándome cerveza con su intenso pulóver azul y sonríe y me mira fijo al centro de los ojos como hacen los hombres, mientras llega mi amiga escritora y el chofer arranca la guagua.