
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Mucha gente piensa que soy extrovertido y que exponerme en público es lo mío. Error: son consecuencias de la profesión a la que decidí entregarme, pero en realidad detesto la notoriedad y me cuesta un mundo caminar bajo miradas o sentir ser el centro de algo a lo que voy de simple espectador.
La razón es simple: Ahora veo mis fotos de adolescente y joven, y la verdad es que aquello era pa cogerme lástima con gritería de lo flaco y feo que era. Sin autosuficiencia. Simpático era… A borbotones, como diría Resóplez. Pero la pubertad es pragmática y directa. Con eso no levantaba suspiros en las muchachitas. La comida olía bien pero se veía atroz. Ser simpático era la herramienta. Pero siempre fui un tímido del carajo.
Podía disfrazarme y salir en un escenario con las canillas a to meter, pero en una conversación íntima era un verdadero desastre con ribetes galácticos.
Una de esas muchachas que en tu adolescencia piensas que es la única cosa hermosa que existe en el universo y que sin ella no vale la pena ni respirar, era mi amiga. Siempre tuve ese defecto: me hacía muy amigo de la jevita que me cortaba la respiración.
Una noche, o casi, en el «pasillo aéreo» de la beca, decidí finalmente, luego de meses, decirle lo que sentía. Ya desde el mismo momento que lo decidí, un molesto temblor de rodillas me hacía prácticamente imposible caminar. Estar parado mucho menos.
El tema es que la conversación empezó con risas y choteos hasta que empecé a meter la pata voluntaria y enamoradamente… La voz se me fue perdiendo en susurro en la medida que hablaba y ni siquiera recuerdo su cara mientras hablaba, señal inequívoca de que no tenía cojones para mirarla. La boca se me secaba y los labios se pegaban como sello.
No creo que haya durado mucho. De adolescentes todo es «….precoz» y el que diga lo contrario miente. Pero a mí me pareció una eternidad. Hasta que sin tener más mierda qué hablar, llegó la pregunta con la que a esa edad se termina de «hablar». Creo que la dije pero igual creo que la brisa nocturna se escuchaba más alto:
– ¿Tu estás enamorada de mí?
El silencio luego de mi discurso sobrehumano fue de solo medio segundo pero me pareció una pista de patinaje de hielo. Y lo que dijo me traumó para el resto de mi vida sexual:
– ¿Qué?