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Por Héctor Miranda (Tomado de su Facebook)
Moscú.- Para mí el idioma ruso es algo algebraico. Algo así como esas cosas que nunca entenderás bien, pero a fuerza de costumbre, algo siempre se pega. Con el paso del tiempo, aunque no quieras, memorizas unos cuantos verbos, algunos adjetivos y poco más, pero con ellos puedes manejarte en un mercado, una farmacia, o entender a alguien, recién llegado del interior, que te pide una dirección. No da para más.
Hace ya muchas semanas, poco después de la llegada de la primavera, regresaba un domingo a mediodía del mercado. Caminaba lento por dentro de un parqueo al aire libre donde, a esa hora, casi no había vehículos. Desde la derecha, apenas a tres metros de la acera, me observaban unas niñas. La mayor podía tener unos ocho años, cuando más. La más pequeña, tal vez, cinco.
Tenían una casa de muñecas montada junto al gimnasio que colinda con el parque de diversiones para niños, porque donde vivo cada edificio tiene un parque de diversiones. La casa de muñecas, de esas que son desmontables, era bastante grande, tanto como para permitir que ambas pudieran jugar dentro. O tal vez alguna más.
Cuando me acerqué, me salieron al paso. Al principio pensé que me pedían ayuda, que necesitaban que resolviera algo en la pequeña casa, pero, cuando llegué al lugar, me di cuenta de que tenían una especie de venta de garaje, como intentan decirle en Cuba ahora al nuevo modelo de vendutas, que no tiene nada que ver con otros en otras partes del mundo.
La mayor de las niñas me explicó todo lo que tenían en venta. Tenían peluches, juguetes desarmables, muñecas, un juego de ajedrez, pero también vasos, copas, platos y otros utensilios de verdad. Me dio los precios y me dijo que si tenía niños en mi casa, me podrían servir. En realidad, no me interesaba nada, porque acá, cuando te hace falta algo, vas y lo compras nuevo, pero me gustó aquello de que me enamoraran dos niñas para que les comprara alguna de sus cosas.
Había un par de copas broqueladas, tal vez más viejas que yo, en buen estado. Y por un momento pensé que me las podría llevar.
-Me quedo con las dos copas -les dije.
-Las dos valen 350 rublos -me dijo la más grande, mientras me miraba con unos ojos que se le querían salir de las órbitas, tal vez porque pensaba que había sorprendido al primer tonto de la mañana.
-Pero solo puedo pagar por transferencia, porque no tengo efectivo -les dije.
La más grande le dijo algo a la pequeña, que regresó a los dos minutos con un papelito en el que estaba escrito un número de teléfono. Al momento transferí el dinero y la mayorcita buscó una bolsita y unos pedazos de periódico viejos para envolver las copas con la intención de que no se rompieran…
-No, no quiero las copas. Se las regalo -les dije.
-No puede ser. Son suyas…
-Yo tengo copas y quiero que ustedes se queden con ellas y las vendan de nuevo, si quieren -les dije, esta vez con la ayuda del traductor online.
-No señor… son suyas.
-Ok, pero no las quiero -les dije y la chiquita salió corriendo y regresó al instante con la madre de ambas, que había visto desde lejos lo que pasaba.
-¿Por qué no se lleva las copas? -me preguntó la madre con una media sonrisa, tal vez porque entendía mi intención.
-Solo las compré porque me maravilló la forma en que quisieron vendérmelas, pero no necesito las copas -le volví a decir, de nuevo con ayuda del traductor.
La madre y las niñas me dieron las gracias varias veces, luego me preguntaron que de dónde yo era y si vivía cerca.
Hoy, unos meses después recibí varias llamadas de un número desconocido. En esos casos, jamás respondo, doy «rechazar» y sigo. Pero al poco rato miré los mensajes y había uno genial:
-Señor Héctor, somos las niñas de las copas y tenemos una torta que hicimos mi hermana y yo para usted. Llámenos cuando quiera.
Imaginé que por la transferencia encontraron mi nombre y mi número.
«Hoy es muy tarde. Trabajo hasta las 11.00 de la noche, pero mañana a las 12.00 las llamo», le respondí. Y me quedé pensando en los deseos que tenía desde días atrás de una panetela casera, como esas que hacen las rusas, que cuando las pones en un cartucho lo manchan de aceite.
Al poco rato recibí otro mensaje, ahora por Whatsapp, con una foto, la que dejo acá.