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LA FE Y LA LUCHA POR UN MUNDO MEJOR PARA TODOS

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Por P. Alberto Reyes ()
A propósito del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario 
Evangelio: Juan 6, 24-35 
Camagüey.- El Evangelio de esta semana parece una escalada de desencuentros. Jesús intenta repetidamente que la gente se conecte con su persona y su mensaje, y una y otra vez la gente vuelve su mirada a lo temporal, a la inmediatez de la vida, a lo que le «resuelve» su hoy.
La visión cristiana no desprecia los esfuerzos y los desvelos por «resolver la vida», pues reconoce que todo ser humano necesita comer, vestirse, trasladarse, sanar, educarse… Sin embargo, el ideal cristiano no se queda ahí, sino que concibe la vida como una apuesta por el amor, la generosidad, la entrega, la paz, la defensa de la verdad y de la justicia.
En realidad, la existencia humana no está concebida para quedarse en lo material.
¿Le basta a una familia tener garantizada la comida, la ropa, el techo, el dinero? No, la familia necesita entrega, respeto, cariño, sacrificios, escucha, abrazos…
¿Le basta a un trabajador ser competente en su especialidad? No, porque también necesita empatía, diálogo, compañerismo.
¿Basta crear un mundo seguro para nosotros y aquellos con los cuales vivimos? No, porque este mundo necesita la solidaridad con aquellos que padecen la inseguridad, la carencia, la injusticia, el atropello.
Para que ese «más» sea posible, y para que la vida no sea absorbida por «el problema nuestro de cada día», es imprescindible la intimidad con Jesús, tejer la existencia desde la relación con él.
La fe no evita las dificultades, ni los sufrimientos normales de la vida, no aleja la enfermedad ni la muerte, no impide que otros nos hagan daño, no evita el cansancio, ni la decepción, ni la incertidumbre ante el futuro.
La fe, al enraizarse en la persona de Jesús, fortalece, anima, pacifica, y capacita tanto para ofrecer la propia vida como para asumir con paz cualquier eventualidad.
De hecho, sólo podemos tener la seguridad de que hemos entrado en el ámbito del discipulado y no nos hemos quedado como muchedumbre cuando, cada vez más, nuestra vida se atreve a apostar por el amor, por la generosidad, por el perdón, por la lucha por un mundo mejor para todos, y cuando somos capaces de enfrentar los problemas y las dificultades desde la paz que da la certeza de la presencia del Señor.
Si no es así, necesitamos cuestionarnos, no sea que estemos alimentando una fe cultural, una práctica religiosa alienante, un cristianismo de muchedumbre que, como en los tiempos de Jesús, lo sigue, pero no lo entiende.

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