HASTA EN MAURICIO, LOS QUE YERRAN TIENEN QUE RENUNCIAR

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Acabo de leer un cable que habla de la dimisión del director de la estación meteorológica de Vacoas, en Islas Mauricio, por no predecir el desastre climático que azota por estos días al pequeño país del océano Índico, cerca de Madagascar.
El anunció de la dimisión lo hizo Pravind Jugnauth, el primer ministro del país, de unos dos mil 45 kilómetros cuadrados, en una actitud coherente. Aunque tal vez el meteorólogo no renunció, sino que tuvo que firmar la renuncia que pusieron sobre su buró. Porque siempre funciona mejor que Fulano dimitió a que lo cesaron.
Pero a lo que voy: el pequeño Mauricio, del cual no tengo ni ideas, más allá de que es uno de los países más pequeños del mundo, además de que allí está varado ahora Karim Benzema, sin poder salir, una de las causas por las cuales se puede malograr su presencia en el Al Ittihad de la Liga de Fútbol de Arabia Saudita.
Documental 8A - El juicio de Arnaldo Ochoa (Cuba, 1889) - YouTubeSin embargo, me llama la atención la coherencia del meteorólogo que renuncia, o la del premier que lo obliga a renunciar. Porque las personas que ocupan cargos públicos, en cualquier parte del mundo, saben que su puesto depende de su actuar, y cuando se equivocan, tienen que renunciar, admitir que los cesen, incluso pagar por lo que hayan hecho, en dependencia de los daños causados.
Eso ocurre en todos los países del mundo. O en casi todos, para no ser absolutos, pero no en Cuba. Los Castro, desde su llegada al poder en 1959, le pasaron por encima a todo el que se mostró crítico con ellos. Unos perdieron el puesto, algunos pagaron con la cárcel y otros con la vida. Luego de arrancarle la cabeza a todo aquel que parecía un peligro, movieron por décadas las piezas a su antojo, como si fueran figuras de un tablero de ajedrez.
Y a esos les dijeron que no se renuncia, a pesar de que hace unos días, en su cansina y repetitiva alocución desde Santiago de Cuba, el nonagenario Raúl Castro pidió a todo el que no se sintiera capaz, o estuviera motivado, que diera un paso al lado, como pidiendo que el que no creyera ya en la dirigencia, que renunciara.
Sin embargo, eso de renunciar no es normal en Cuba. Fidel Castro lo hizo dos veces, la última por enfermedad, cuando creyó que iba a morir, para dejar el cargo en poder de su hermano. La primera renuncia, en el verano de 1959, al puesto de primer ministro, para quitarse de encima al presidente Manuel Urrutia Lleo, puede ser la excepción. Pero lo hizo para abrir una jugada política y sacarse del camino a un hombre honesto que se estaba convirtiendo en una piedra en su camino, para limpiar la vía de lo que venía después.

Tres décadas después, en el verano de 1989, cuando se destapó el escándalo provocado por la prisión, juicio y después fusilamiento del general de división Arnaldo Ochoa, pagó las culpas el ministro del Interior, José Abrahantes, sin embargo el ministro que tenía más personal implicado y los de más alta graduación, el titular de las FAR, Raúl Castro, «salió fortalecido», al decir de su hermano, el gobernante eterno.
Por errores, sepultaron a Carlos Lage, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque, Fernando Remírez y Pedro Sáez, entre algunos otros, pero no hubo ninguno que renunciara. No hay un caso de ningún funcionario en la historia de Cuba en 65 años que haya renunciado. Los han quitado y si son importantes, con nota incluida en el diario Granma. Esas notas se prestan siempre para más de una lectura, para que el lector -léase pueblo- se pregunte a dónde irá a parar el defenestrado en su próximo paso.
El artífice de aquello que llamaron Lineamientos de la Política Económica y Social -digo artífice, aunque él no fue el promotor, solo la cabeza visible-, Marino Murillo, recibió un día una patada en el trasero y lo acomodaron al frente de Tabacuba, una empresa en serio riesgo de desaparecer, quebrar, o convertirse en una institución devaluada, como todo lo que tocó el gordo de Murillo.

El general de División Ulises Rosales, por orden directa de su comandante en jefe, acabó con el ministerio del Azúcar. Ordenó destruir todos los centrales azucareros, vías férreas, plantaciones de caña, refinerías, destilerías… pero jamás renunció. Un día lo removieron y, por no haberlo hecho bien, los hermanos Castro juraron que nunca le pondrían en su hombro la tercera estrella, la de general de cuerpo de ejército, que siempre creyó merecer más que nadie.

Tampoco han renunciado Alejandro Gil ni Miguel Díaz-Canel, artífices de la enorme crisis que vive Cuba en la actualidad, la peor desde que Cristóbal Colón desembarcara por Bariay, el 28 de octubre de 1492. Pudiera ser desde antes, pero no hay anales para certificarlo.
La explosión del hotel Saratoga de La Habana, en imágenes | Fotos |  Internacional | EL PAÍSTampoco renuncia el jefe de la Policía por el asesinato de una mujer dentro de una estación en Camalote, Camagüey, ni el que rentó un avión en mal estado, que se cayó poco después, al intentar salir del aeropuerto de Rancho Boyeros, en 2018. Ni lo hizo el responsable de la explosión en el Hotel Saratoga, que le costó la vida a casi 50 personas. A ese, cuyo nombre nunca se sabrá, lo salvó el Hombre de la Limonada, quien dijo unos minutos después que había sido un accidente.
También todo lo que ocurrió en el muelle de Supertanqueros de Matanzas, fue un accidente, aunque una docena de bomberos, o más, fueron enviados a morir, por alguien sin conocimiento ni preparación. También fue accidental que los mandaran a morir. Por suerte, en el pequeño Mauricio, piden cuentas y exigen renuncia a los funcionarios. En eso de gobernar, hasta una islita pequeña, perdida en el Índico, nos da lecciones. Asco de país.

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