Por Anette Espinosa
La Habana.- Fidel Castro defendió siempre, a ultranza, el sistema electoral cubano. A él no le importaba que no hubiera proyecto político, ni debates entre los candidatos. Las personas iban a unas urnas a elegir a alguien que ya estaba electo de antemano. Y alardeaba de que en Cuba no había campañas electorales.
Sin embargo, eso no siempre ha sido tan así, porque el actual presidente y máximo dirigente del Partido Comunista, lleva tres semanas por Santa Clara, ‘durmiendo’ a sus posibles electores con mensajes cargados de optimismo que nadie se cree. Porque a él nadie se lo cree desde hace mucho tiempo.
Díaz Canel fue propuesto como candidato a diputado a la Asamblea Nacional por Santa Clara, y sus consejeros políticos -léase Raúl Castro y sus lacayos desde la Sierra- quieren que el presidente obtenga la mayor cantidad de votos posibles, algo que las estructuras del partido no tienen tan claro, viendo, sobre todo, el malestar de la población por las cosas que pasan en una ciudad empobrecida.
En Santa Clara no hay transporte público, cuando no sean unos caballos hambrientos y unos triciclos que cada vez cobran más caro. Los habitantes de la que una vez fue la próspera ciudad de Martha (en honor a Martha Abreu, benefactora y esposa del no menos importante Luis Estévez) no tienen donde comprar carnes, verduras, arroz o frijoles, porque cada vez los precios son más altos y el salario alcanza para menos.
Tampoco hay medicamentos, y en los hospitales los médicos recomiendan posponer las operaciones para otro momento, porque no hay anestesia, ni hilo para suturar, ni bisturí, ni anestesistas. Tan pocas cosas hay en Santa Clara, que ya casi no hay nada. Y entonces aparece el presidente, que dirigió por mucho tiempo la provincia, a llenar de promesas e ilusiones a los desilusionados santaclareños.
No ha dicho el presidente qué hará su gobierno para evitar el éxodo masivo de cubanos, para que haya dónde comprar comida, o que los salarios alcancen, y los centros de salud dispongan del mínimo instrumental establecido, o que vuelvan las medicinas a las farmacias. No ha hecho referencia a cuáles serán las estrategias para salir de la barrena económica en que el castrocomunismo ha metido al país.
Solo habla de resistencia creativa, de la posibilidad de mejora hipotética para «dentro de unos meses», aunque con cada mes que pasa la situación empeora, la pobreza corroe más a la población, y la violencia gana espacios de manera acelerada.
El impuesto presidente aparece por Santa Clara con su ropa limpia, rodeado de guardias rozagantes para hablarle a un pueblo, a veces niños, que no desayunaron porque no tienen leche, ni un mendrugo de pan, y que se pasan el día pensando en cómo encontrar -así literalmente- algo para llevar a la mesa de su familia cada tarde.
Igual, los santaclareños votarán a Díaz Canel. Si no obtiene el 50 por ciento más de los votos, también se lo darán, porque los custodios de unas urnas sin observadores serán sus propios guardianes: los núcleos de jubilados, una casta enferma, que se muere de hambre, pero que cree a ciegas todo el mensaje del castrocomunismo y que está dispuesta a dar lo que le queda de vida por defender el proyecto.
Lo santaclareños no lo van a hacer, pero lo que merece el mequetrefe de Díaz Canel es una buena ración de piedras para que se vaya de la ciudad a la carrera, como hizo en Regla, cuando fue a dar orientaciones con las manos vacías luego del tornado de 2018 en la capital cubana.
Cuba necesita líderes de verdad. Personas que den la cara por el pueblo y que mejoren su situación actual, y no habladores de cáscara como el incoherente secretario del partido y presidente impuesto por la única clase política importante en el país, el castrismo.