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520 DOMINGOS

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Por Esteban Fernández Roig
Todos los domingos eran exactamente iguales. Ni un solo cambio. Era el único día en que prácticamente me lo pasaba entero en la calle, sin retozos, ni pelota, ni quimbumbia, ni papalotes.
Me ponía desde temprano la ropa dominguera, vaya, lo mejorcito que humildemente tenía. Mi perra Yeti me miraba con tristeza porque sabía que ese día la ignoraría.
Iba a las iglesias, y digo “iglesias en plural” porque unas veces iba a la católica y otras a la presbiteriana.
Solo un domingo fue diferente porque de La Habana llegó una muchacha muy bonita, y sorpresivamente aceptó acompañarme al cine. Después ella regresó a la capital .
Y seguimos la misma acostumbrada rutina: recuerdo en 1953 exhibían “Los caballeros las prefieren rubias”, con Marilyn Monroe, después comerme un croqueta preparada en La Viña, un batido de chocolate en la Dulcería Quintero, y correr a adueñarme de un banco del parque frente por frente a la peletería La India.
Nada más hermoso que ver el desfile de jóvenes güineros: ellas caminando en un sentido y los varones en sentido contrario hasta encontrarse…
Las muchachas cansadas de caminar con tacones venían y me decían: “Estebita ¿puedes darme un chance de sentarme una ratico en tu puesto?” Me levantaba y por 15 minutos les cedía mi privilegiado lugar.
Si llovía corríamos a refugiarnos en “El Primo” o en “La Esquina de Tejas”, iba al “Puesto de revistas” del maestro Ayalita y este me regalaba un periódico de ayer para ponerlo en el banco mojado y sentarme cuando escampara.
Durante toda mi vida a las nueve y media de la noche de todos los 520 domingos que asistí al parque de Güines, comenzaba a despedirme.
Hubo un domingo muy triste, el parque estaba prácticamente vacío, el último en decirle “adiós” fue a Joseíto Fernández y lentamente encaminé mis pasos por la calle Real rumbo al Residencial Mayabeque. Se acabó lo que se daba.

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