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Yakelín Estornell: ¿Profesión? ¡Mujer!

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Por Daniel Martínez Rodrígue ()

La Habana.- No estamos solos frente a una vida más, sino ante una libertad interior que grita. Aquí no habrá zapatos de cristal, tam­poco besos de príncipe. En este monólogo con tintes de resurrec­ción habitarán la fe y el deseo de superarse. El dejar por el ca­mino todo lo que no vale y mata el espíritu. Acá las palabras no te sacudirán con la violencia de un golpe, sino como lo hace una melodía tal vez incomprendida. A partir de ahora un puñado de reflexiones le darán rostro a una enorme sed de vivir…

“Soy orgullosamente negra —dispara con una voz que parece venir de un lugar donde el fuego ha convertido el tabú en cenizas—. El color de la piel no impide que uno luche por sus sueños y salga ade­lante en la vida. La raza no influye en lo que uno desee y quiera ser. Importamos como personas”, afir­ma Yakelín Estornell escudada en una mirada intensa, mientras en la frente unas pequeñas arrugas le dibujan un ave que enfrenta el cielo infinito, como quien desafía imposibles.

Nos hemos citado en el Gim­nasio de Boxeo de la Escuela Su­perior de Formación de Atletas de Alto Rendimiento Giraldo Córdo­va Cardín, donde el calor hace que el sudor se te pegue al cuerpo con un cariño insoportable.

“El racismo es feo, terrible —apunta con un tono reflexivo que no se esconde en las som­bras—, quien lo defienda está bien atrasado. Jamás me sen­tí discriminada. Tampoco lo hago. Solo quería triunfar en el deporte. Tenía habilidades. Aún no logro todo lo que sueño. Lo intento. Es lo que vale”.

Se agita levemente en la silla que escogió para sentarse. Me ob­serva y mueve las manos con una dulzura que parece acariciarte.

“Ser mujer es un orgullo grande” —subraya y el rostro toma la forma de un lienzo per­fecto—. Valoro infinitamente a las mujeres extraordinarias, esgrimo en silencio y sin dejar de mirarla, en tanto evoco a mi madre y a mi esposa que me han dado fe de ello.

I

“La vida me permitió ser madre —prosigue desterrando mi reflexión—, soy el motor im­pulsor de mi hijo y mi familia”, acuña respaldada por un suspiro de amor y ternura…

Un tema sensible cobra vida. Algunos, enfundados en la piel de la hipocresía pretenden ser­monearte con diversidad y plu­ralidad. Les urge una constante revisión moral. Ser honestos y humanos.

“La homosexualidad es algo normal. Es la decisión de cada cual. Tengo amistades con esa orientación y son bellas per­sonas. Su actitud es correcta, quien piense que es algo malo está equivocado”, señala como si le pegara un puñetazo a un detestable germen, que ha que­brado un montón de vidas sin piedad.

“Sabes —afirma en tanto la posee un lirismo seco y franco— hay quien piensa que el boxeo de­forma y cambia a las mujeres. No es así. Desarrolla la inteligencia y rompe barreras. Ayuda mucho.

“Sueño con que en Cuba mejo­re y se comprenda más el pugilis­mo femenino —continúa como esas fragancias impregnadas de opti­mismo—. Es igual de difícil para hombres y mujeres. Nosotras ya dimos el primer paso. Espero que muchas niñas sigan ese camino. Los resultados llegarán. Solo que­remos más oportunidades. Mírame a mí, soy la primera aquí en pelear profesionalmente…”.

Ser madre no es solo algo mag­nífico. Es una lucha que sangra pasión y sacrificio. Una profesión para toda la vida.

“Ser mamá y deportista no es fácil. Estoy lejos de mi niño por meses. Él sabe que boxeo por un objetivo, salir adelante y mejorar nuestras vidas”, recalca en tanto sus manos vagan nerviosamente sobre varios objetos que ocupan la mesa que nos separa.

II

“Es difícil equilibrar este asunto. Estoy al tanto de sus es­tudios —prosigue como si escri­biera una historia de aprendizaje constante—. Hablo bastante con él. Mi mamá ayuda, pero imagí­nate. En las vacaciones o cuan­do puedo aprovecho para estar juntos”, certifica inspirada.

Yakelín se arregla el pelo. Tie­ne una cara que parece delineada, rasgos marcados y unos ojos os­curos que expresan mucho. “Las mujeres enfrentamos un montón de retos y dificultades. De niña en Guantánamo vivía muy humilde. Nos ayudaban los vecinos. Había cosas que mis padres no podían darme —testifica y el triste re­cuerdo gime casi ahogado—. Por eso aproveché y entré al deporte. Dije que echaría palante. Incluso me hice licenciada”, asegura libe­rada.

De repente les pone nombres y apellidos a ciertos escenarios. No coloca argumentos de con­suelo. Los desafía como en una trinchera.

No huye, aunque el asunto arda.

“Les digo a las mujeres que tienen situaciones duras que no se rindan. Hay que luchar y no tener miedo. Mírame a mí. Quie­ro seguir avanzado, pelear por mejores propósitos. Tenemos para más, hay que creérselo.

“Mi experiencia puede ayu­dar a otras muchachas. No po­demos sentirnos menos que nadie. Eso hay que tenerlo claro frente a las pruebas que la vida nos pone”, señala mientras sonríe desnuda de temores.

III

Como si invocara al dios de la since­ridad traza un pe­queño testamento íntimo. Una ex­posición personal desde la más dulce naturalidad.

“Soy muyyyy femenina. Salgo bien bonita y arre­glada a la calle. Si no, que les pregunten a los hombres que me dicen waoooo y un montón de cosas lindas”, acentúa como si la sensualidad estuviera tejida en su frente.

“Sabes, no sé si te lo dije an­tes, pero te lo recuerdo —pun­tualiza y su dedo índice apunta a mi pecho—. Que nadie lo dude, el boxeo puede ser una herra­mienta de utilidad para las mu­jeres. Mejora no solo su salud, también su seguridad y actitud ante la toma de decisiones.

“Cuando gané mi pelea pro­fesional y la faja continental de la Asociación Mundial de Boxeo me pasaron muchas cosas por la cabeza —dice con la agita­ción de un marinero, que otea el océano desde la cofa del mástil y de pronto anuncia tierra al ho­rizonte—. Fue un reto que ven­cí. La ayuda de los profesores y las compañeras fue importante. Cuando alzaron mi brazo pensé en mi niño, en la familia. ¡Qué alegría!, fui la primera mujer cubana en ganar a ese nivel. Les abrí las puertas a otras para in­tentar cumplir sus sueños. Sé que lo harán”, expone poderosa y constante.

“Practiqué judo, lucha y aho­ra boxeo, que es más complicado. Dejé la lucha algo molesta, pero ya pasó. Tuve buenos resultados. Ahí están las medallas, incluso me fui siendo campeona nacio­nal…”.

IV

Caigo en una tentación que prefiero no callar. No olvido que el periodismo, aunque algunos intenten negarlo, es un universo cuya acción vital es la experien­cia de libertad.

Si autorizaran las artes mar­ciales mixtas (UFC) femenina en Cuba ¿te atreverías a competir?

“No lo sé todavía —indica sin antifaz verbal—. Tengo las cuali­dades físicas. No lo pienso. Miedo no hay. Soy una guerrera, mi ca­rrera lo indica…”.

Las dudas y los temores no de­ben secuestrar tus horas. La luz de la ilusión de mejores tiempos necesita alumbrar el camino.

“Aspiro a mejorar y crecer más como deportista y mujer. Quiero defender mi cinturón de campeona y comprarme mi casita y mi carro. Darles a los míos lo que quiero y merecen —asevera y gesticula con ambas manos como si cargara ese sueño—. Después ser profesora y brindar mis conocimientos.

“Mi experiencia personal también podría ayudar a que se comprenda que no hay límites para nosotras. Tenemos que se­guir adelante. No hay barreras que puedan pararnos. Muchas sostenemos a la familia. Somos capaces de hacer cosas increí­bles”, certifica con un susurro que tiene el poder de un grito…

Yakelín Estornell es una dama gigantesca. Madre de una fuerza indestructible ¿Descen­diente de una idea quijotesca? Ella no persigue deslumbrar ni consolar, tampoco seducir: bus­ca comprensión. Esa fuerza in­finita, capaz de atravesar con ahínco el cielo de lo imposible. Su espíritu inspira a aquellas mujeres que afrontan las tram­pas del destino y las embosca­das de la vida, que inútilmente intentan derrotarlas con obtusa rigidez.

(Tomado de Trabajadores. Foto: José Raúl Rodríguez Robleda)

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