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«YA LOS CUBANOS ME CANSAN», LIS CUESTA

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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Lis Cuesta no quiere medios rimbombantes para las entrevistas y admite que sería extremadamente fácil responder a las preguntas de Randy Alonso para la Mesa Redonda o Cubadebate, y hasta las de Oscar Sánchez y Joel García en Granma y Trabajadores.

Por eso, admite, escogió a El Vigía de Cuba, a pesar de que sobre su mesa de trabajo había casi dos centenares de solicitudes para entrevistarla.

También eligió ella el lugar: el patio de su casa, a la sombra de un viejo y coposo laurel, debajo del cual un pavo real le hace la corte a una hembra y, de vez en cuando, suelta un glugluteo que obliga a detener la charla.

Al otro lado de la cerca, que delimita la casa del presidente cubano y su esposa, unos niños juegan al fútbol y hablan en alemán. Imagino que sea la residencia o la embajada germana. Cuando las voces de los niños molestan, Lis sonríe y se me antoja aquel «Muchachos, cará…» de un serial cubano.

Mientras, hablamos, su ayudante, un joven de unos 28 años, de pelo largo y musculoso, se le acerca constantemente y le dice cosas al oído, aunque también le muestra documentos, o le trae alguno para que lo firme.

Lis no para

También recibió una llamada del esposo que respondió solícita, no sin antes aclarar que estaba «en la entrevista con el medio digital que nos critica mucho».

Antes de comenzar la charla nos invitó, a esta periodista y al fotógrafo, a alguna bebida. Solo acepté un jugo natural de cualquier cosa, pero ella insistió en que escogiera, que pidiera lo que quisiera, entonces me incliné por uno de peras argentinas.

Mi compañero dijo que se conformaba con un wisky. Cuando el mayordomo se lo trajo, Lis le pidió que le explicara bien de qué se trataba.

«Es un Macallan de 2005, que es el preferido del señor», comentó el mayordomo, un hombre de unos 60 años, que sonrío con tristeza cuando le dimos las gracias, y después, cuando se acercó un par de veces a ver si la primera dama necesitaba algo más.

Lis es relajada y coqueta. Se tocó el cabello constantemente con las manos, y me pidió que le dijera lo que pensaba de sus uñas y sus zapatos, y si le gustaba o no su nuevo reloj.

Sin embargo, cuando coloqué el teléfono delante y le dije que estaba grabando, se transformó. Se puso seria y circunspecta y pareció otra persona.

La primera dama y el abuelo

-¿Cómo llevas lo de primera dama?

-Me gusta. A mí me gusta, y a Machi -perdón, a Mario, porque así le digo al presidente- también, pero es el abuelo el que no quiere que sea así…

-¿Quién es el abuelo?

-Raúl Castro… ¿Quién crees que pueda ser?

-¿Es difícil ser la mujer del presidente?

-Muy difícil. Mucho. No solo tengo que atender mis funciones, mi trabajo, las responsabilidades fuera de la casa, sino encargarme de todo acá. Yo velo por todo, desde lo que desayuna hasta las sábanas de la cama…

A él le gusta dormir con sábanas limpias cada día, no secarse dos veces con la misma toalla, no repetir comidas en unos 10 días, a menos que sean langostas, que hay que hacerle cada dos o tres días.

-¿Y cómo te las arreglas para hacer todas esas cosas?

-No solo son esas cosas… también leo, veo series, estudio inglés, paso cursos a distancia, me ocupo de la familia, hablo con mi hijo y Anita… Ya sabes, la nuera, Ana de Armas…

-Pero… ¿y en qué tiempo?

-Yo solo superviso. Por ejemplo, cuando despierto, voy directo a la ducha, pero del maquillaje, del peinado y de mi ropa se encargan el modisto, el maquillista y mi ayudante. No dejo que nadie que no sea él toque mi cabello.

-¿Y luego?

-El Machi… bueno, Mario, se va primero. A él se lo llevan antes, y luego salgo yo, una hora después, a veces dos. Y otras me quedo en casa. A mí me gustan las mañanas en la piscina, pero a la sombra, porque no quiero quemarme. Y lo despacho todo desde acá. Por teléfono, con buen internet, es muy fácil.

La vida de la esposa del presidente

-¿Y las comidas?

-Machi… perdón, Díaz-Canel, es más exigente que yo. Come mucho, le gusta la carne asada al carbón, pero no le gusta repetir las carnes. Si hoy es cerdo, mañana tiene que ser res, o algún pescado, mejor si es azul, como el atún, bonito… esas cosas…

También necesita postres siempre. Postres de harina, que hace el repostero nuestro, que es muy bueno. Antes trabajó en el Hotel Nacional, pero cuando le ofrecimos trabajar con nosotros, ni se lo pensó. Acá hay de todo para hacer el dulce que quiera.

-Bueno, cambiando el tema, ¿cómo lleva las críticas de la gente, sobre todo en redes?

-Paso de ellas. Aprendí de niña, allá en Holguín, a pasar de todo. La gente es envidiosa y siempre te van a criticar. Por criticar, critican hasta a Silvio y Buenafé, que son tan buenos como Lennon y Bon Jovi. Aunque tengo unos perfiles falsos y a veces respondo.

En otras ocasiones se lo digo a Mario y él orienta a los clarias esos, como les dice la gente, a que salgan en manada a defenderme. Acá funciona así, y está bien, porque a una… otra.

¿Cuántos relojes tienes?

-No sé. Muchos. Cada semana me regalan relojes. Todos los embajadores me han regalado relojes y carteras. Y los visitantes también. Soy dichosa, pero hay a quienes les regalan más que a mí.

-¿Y el título de doctora y de profesora de no sé cuántos lugares, cómo se explica?

-Me lo he ganado. La Primera Dama no puede ir a la zaga del presidente. Si él es doctor, yo soy doctora. Y yo soy mejor en inglés que él, porque él es villaclareño y sabes que los de allá hablan mal, atropellan las palabras. Además, entre nosotros, y no para publicar, él no es coherente al hablar. Y tiene manías, como si le peleara a la gente.

No le gusta hablar de dinero

-¿Cuánto gana la Primera dama?

-En realidad no tengo ideas. No necesito comprar nada. Tengo una tarjeta con gastos abiertos, como Mariela Castro o Raulito, el que le dicen El Cangrejo, y solo tomamos lo que necesitamos y se paga con la tarjeta. Pero no sé cuánto gano. Para mí el dinero es secundario.

-¿Y si te antojas de algún reloj caro o una cartera, por ejemplo?

-Bueno, pero eso tendría que ser en el exterior. Y también tengo una tarjeta para esas cosas. Cojo lo que quiero y pago. Ahí aprovecho para comprar cosas para Mario… algún equipo electrónico, tenis, cosas para los muchachos, entre ellos alguna guitarra… y siempre traigo muchos bombones, chucherías para la familia y alguna bebida cara para mi padre, que no cambia.

¿Y cómo llevas los rumores de infidelidades, hacia ambos lados?

-Aprendí a convivir con eso desde Holguín. La gente siempre decía que le era infiel a mis parejas, pero nunca di motivos. Al menos no creo que nadie me haya visto jamás. Y del Machi se dicen muchas cosas, porque él es lindo, ¿tú no crees? Pero yo paso de eso, porque él duerme conmigo cada noche, a no ser los días de guardia en la sede del partido.

El físico y esas cosas que dice la gente

-¿Vas al gimnasio?

-Tenemos uno acá en casa. Y voy cada día. ¿Notas como he bajado y como me he ido tonificando? Además, tengo un masajista, con el que trabajo una hora al día, sobre todo abdomen y glúteos…

-¿Y el tiempo… como compaginas el tiempo?

-No hay que compaginar nada, yo soy la Primera Dama aunque el abuelo no quiera, y siempre tengo una escusa, si decido no asistir a algo, o a alguna actividad. Tampoco doy clases, a pesar de ser profesora… pero porque no me gusta dar clases. Y lo de coordinar eventos lo hacen mis ayudantes. Tengo tres.

-Y una última pregunta: ¿estás enamorada?

-Siempre he estado enamorada. Yo veía al Machi en la televisión desde que era casi una niña y solo le pedía a Dios que me permitiera conocerlo. Cuando vino para Holguín vi los cielos abiertos. Él y el comandante son mis amores eternos… Pero también, a veces siento odio. Odio a los cubanos, ya no los soporto, porque son demasiado envidiosos.

Y tras esas palabras, el rostro de Lis Cuesta se transformó. La mirada se volvió sombría, los dientes se perdieron detrás de unos labios finos, desabridos, frunció el ceño, respondió en mala forma al mayordomo que se acercaba y le hizo un corte de mangas al ruido de los niños alemanes del otro lado de la alta cerca.

Era el momento para irnos… en la mesa quedaron los vasos vacíos de wisky y jugo de pera, el pavo real ya montaba a la hembra, los niños alemanes seguían con sus ruidos y Lis Cuesta entraba a la casona soltando flores por la boca.

(Ya sé que ustedes esperan que diga que esta entrevista es ficticia, pero lo que se sabe, no se dice. ¿No creen?)

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