Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Albert Fonse ()

Durante décadas, se nos ha dicho que el pueblo cubano desea la libertad. Que la espera, la sueña, la añora. Que solo necesita una oportunidad. Pero ¿y si no es así? ¿Y si esa narrativa es más cómoda para el exilio que para el propio cubano que sigue dentro? ¿Y si, en realidad, buena parte del pueblo ya no quiere libertad, sino comodidad?

Puede parecer ofensivo, incluso reaccionario. Pero es hora de decirlo sin miedo: la dictadura cubana no solo ha destruido la economía y la democracia. Ha moldeado, durante generaciones, una mentalidad de resignación disfrazada de “resistencia”. Una sociedad donde muchos no aspiran a ser libres, sino a no pasar trabajo. Donde el ideal no es la república, sino la remesa. Donde la única revolución soñada es la que te cae del cielo, no la que se conquista con sacrificio.

El régimen lo entendió desde el principio. Cambió el lenguaje del deber por el de los derechos subsidiados. Regaló pan para quitar voz. Ofreció educación y salud a cambio de sumisión y silencio. Y cuando ya ni eso pudo sostener, permitió la válvula de escape: la emigración.

Hoy el cubano promedio no se organiza, no conspira, no lucha. Se apunta en una lista de parol, o le reza a su primo en Hialeah. No sueña con cambiar el sistema, sino con escapar de él. No quiere pelear, quiere que no lo molesten.

Conseguir la libertad implica sacrificios grandes

Esto no significa que el cubano sea cobarde. Significa que ha sido destruido desde dentro. Que lo convirtieron en rehén de su estómago, de su miedo y de su memoria colectiva mutilada.

¿Cómo se espera que un pueblo que no conoce libertad la desee? ¿Cómo se exige valentía cuando la dignidad fue exprimida gota a gota durante 65 años?

Pero la incomodidad de esta verdad también debe dolernos a nosotros, los que estamos fuera. Porque muchos siguen repitiendo que “cuando se acabe la dictadura todo va a cambiar”. No, no va a cambiar nada si no se cambia la mentalidad del esclavo. No basta con tumbar un sistema, hay que tumbar lo que ese sistema sembró en millones de personas.

La verdadera pregunta no es cuándo caerá la dictadura. La pregunta es: ¿quién está dispuesto a vivir en libertad aunque eso implique sacrificios reales, sin un Estado que lo alimente, sin un familiar que lo mantenga, sin miedo a equivocarse y sin nostalgia por la jaula?

Porque esa es la libertad: incómoda, incierta, exigente. Y si un pueblo prefiere la comodidad del sometimiento a la incomodidad de ser libre, entonces tenemos un problema mucho más profundo que el Partido Comunista.

Deja un comentario