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Y LO TUVE QUE ACEPTAR

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Por René Fidel González García ()

Para los que no entienden por qué no aceptamos lo que es y será siempre inadmisible. Yo tuve que aceptar
Silvia Schmidt

Santiago de Cuba.- Tuve que aceptar, que mi cuerpo no sería inmortal, que él envejecería y un día se acabaría. Que estamos hechos de recuerdos y olvidos; deseos, memorias, residuos, ruidos, susurros, silencios, días y noches, pequeñas historias y sutiles detalles.

Tuve que aceptar que todo es pasajero y transitorio. Y tuve que aceptar que vine al mundo para hacer algo por él, para tratar de dar lo mejor de mí, para dejar rastros positivos de mis pasos antes de partir.

Yo tuve que aceptar que mis padres no durarían siempre, y que mis hijos, poco a poco, escogerían su camino y proseguirían ese camino sin mí. Y tuve que aceptar que ellos no eran míos, como suponía, y que la libertad de ir y venir, es también un derecho suyo.

Yo tuve que aceptar que todos mis bienes me fueron confiados en préstamo, que no me pertenecían y que eran tan fugaces como fugaz era mi propia existencia en la tierra. Y tuve que aceptar que los bienes quedarían para uso de otras personas cuando yo ya no esté por aquí.

Yo tuve que aceptar que barrer mi acera todos los días no me daba garantía de que era propiedad mía, y que barrerla con tanta constancia sólo era una fútil ilusión de poseerla.

Yo tuve que aceptar que lo que llamaba “mi casa” era sólo un techo temporal, que un día más, un día menos, sería el abrigo terrenal de otra familia. Y tuve que aceptar que mi apego a las cosas, sólo haría más penosa mi despedida y mi partida.

Yo tuve que aceptar que los animales que quiero, y los árboles que planté, mis flores y mis aves, eran mortales. Ellos no me pertenecían. Fue difícil, pero tuve que aceptarlo.

Yo tuve que aceptar mis fragilidades, mis limitaciones, y mi condición de ser mortal, de ser efímero.

Yo tuve que aceptar que la vida continuaría sin mí, y que al cabo de un tiempo me olvidarían. Humildemente confieso que tuve que librar muchas batallas para aceptarlo. Y tuve que aceptar que no sé nada del tiempo, que es un misterio para mí. Que no comprendo la eternidad y que nada sabemos sobre ella. Tantas palabras escritas, tanta necesidad de explicar, entender y comprender este mundo y la vida que en él vivimos.

Pero me rendí y acepté lo que tenía que aceptar y así dejé de sufrir. Deseché mi orgullo y mi prepotencia y admití que la naturaleza trata a todos de la misma manera, sin favoritismos. Yo tuve que desarmarme y abrir mis brazos para reconocer la vida como es, reconocer que todo es transitorio, y que funciona mientras estemos aquí en la tierra.

¡Eso me hizo reflexionar y aceptar, y así alcanzar la paz tan soñada!

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