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Por David Esteban Baró ()

La Habana. – La vejez en Cuba dejó de ser una etapa de descanso para convertirse en una condena lenta, silenciosa y profundamente dolorosa.

En medio de la peor crisis económica desde la década de 1990, los ancianos cubanos son los grandes olvidados de un sistema que les prometió dignidad y los dejó atrapados en la miseria.

Lo que antes era símbolo de honor y respeto —haber dedicado décadas de vida al trabajo, al sacrificio, a la Revolución— hoy se traduce en una pensión simbólica de 1.500 pesos cubanos (equivalente a menos de 10 dólares al mes al cambio informal), cifra que no alcanza ni para comprar una botella de aceite ni una pastilla de jabón.

El Estado que se jacta de su «justicia social» no garantiza ni comida, ni medicamentos, ni higiene básica a sus mayores.

Margarita, de 78 años, exmaestra rural, vive sola en un cuarto sin ventilación en Marianao. Su colchón es de muelles oxidados y el techo tiene goteras.

Los que lo sufren de verdad

“Mi hija emigró hace años. No quiero pedirle nada porque allá también lucha. Aquí, solo me queda esperar el día”, dice entre lágrimas mientras muestra los restos de arroz con cáscara que logró conseguir.

Julio, de 81 años, exconstructor, recibe una pensión de 1.528 CUP. Tiene diabetes, hipertensión y cataratas. Los medicamentos que necesita no existen en las farmacias cubanas y los particulares los revenden a precios imposibles.

“Antes, al menos había respeto. Hoy nos ven como una carga. Yo ayudé a construir este país… y ahora no puedo ni comprar un analgésico”, exclamó desde una boca casi sin dientes.

Las casas de abuelos públicas están colapsadas o en estado deplorable. En muchos casos, ancianos sin familia terminan viviendo en la calle, hurgando en la basura, o dependiendo de la caridad de los vecinos.
Algunos, desesperados, venden sus pocas pertenencias para poder comer arroz con azúcar.

El Gobierno, mientras tanto, sigue invirtiendo en viajes de delegaciones oficiales a muchas partes del mundo sin resolver nada, propaganda y hoteles vacíos, pero no en pensiones dignas, comedores estatales, ni atención geriátrica adecuada.

Fantasmas de mirada perdida

Las cifras son crudas: un 22 por ciento de la población cubana tiene más de 60 años, y el país no está preparado para cuidarles. Ni ahora, ni en el futuro inmediato.

En cada esquina, en cada cola, la imagen se repite: ancianos encorvados, débiles, con la mirada perdida, esperando horas bajo el sol por un pedazo de pan.

Cuba los convirtió en fantasmas deambulantes, sobrevivientes de una revolución que los usó mientras fueron útiles, y que hoy los abandona sin pudor.

La vejez en la Isla no es digna: es cruel, injusta e inhumana. Y cada día que el mundo guarda silencio, otro anciano muere sin saber qué es justicia.

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