Por Javier Bobadilla ()
La Habana.- Atendiendo sugerencias, hacemos una postdata al tema olímpico. Todos sabemos que al otro día de la reflexión sobre Melissa Vargas, tres cubanos hicieron el 1-2-3 en el triple salto. Ahí los vimos, con sus medallas, y sus perros carteles en el pecho de España, Portugal e Italia. Al de España lo entrena Iván Pedroso.
El cubano con el cartel de Cuba quedó 8vo, para más información.
En este tema, podemos desbarrancar, y volver a lo mismo. Rasgarnos las vestiduras y mesarnos las barbas. Salpicarlo con citas de autores poco leídos, y pinceladas históricas a cinco Wikipedias de distancia. ¿Y para qué?
Me dijeron que no politizara el deporte.
¿Cómo se supone que yo no politice algo en Cuba? ¿Me están hablando en serio? ¿A estas alturas? A estas alturas es imposible no politizar, en todas partes.
Vean por ejemplo el anuncio de Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Juegos Olímpicos americanos. El mensaje tiene que ser claro, sin mandangas multiculturales. God Bless America. Para multiculturales los franceses y sus dioses controversiales, que a fuerza de significarlo todo no significan nada.
Aparece Tom Cruise en el techo del estadio. A sus 62 años, Tom Cruise es Ethan Hunt, agente de la inteligencia norteamericana. Ha trabajado en incontables clásicos del cine. Ha sido manager de un deportista, ha sido empresario de cine, ha sido el vampiro más bello del mundo, corredor de Fórmula 1, piloto de combate, samurai, veterano de guerra lisiado y hermano de Rain Man. Cuando la cosa ha sido de patá y piñazo, lo ha hecho bien, y cuando ha tenido que ponerse serio, lo ha hecho mejor.

Pero ha hecho siete partes de Misión Imposible y está pinchando en la octava. Tom Cruise es Ethan Hunt.
Se tira desde el techo del estadio. Corre, recoge la bandera -prácticamente la salva, porque hay que aprender a leer entre líneas-, se monta en una Harley Davidson -aparentemente una S2 Del Mar, eléctrica-, y en una moto moderna pero americana hasta la médula, sale sonriente y tirando una curva pegado al piso, a buscar el aeropuerto. En la pista lo espera un Lockheed HC-130 Hércules, el avion de transporte de la Fuerza Aérea Norteamericana, de rango extendido. Sube por la rampa y se monta, con moto y todo, en el avión. Cuando llega al yuma, se tira en paracaídas, y entrega la bandera en el letrero de Hollywood, grande, con toma aérea.
¿Lo quieren más político? No se puede. ¿Mejor hecho? Tampoco.
Está de más decir que el estadio se vino abajo cuando salió Tom Cruise. Todo el mundo entendió el mensaje al momento.
Politizado está todo en todo momento. Lo que pasa con esa política que nos quieren meter a nosotros, es que ya nosotros no estamo’ pa’ ella. Ya nos emocionamos del 60 al 90, nos decepcionamos del 90 al 2008, nos repugnó del 2008 al 2018, y ahora nos da asco.
Y un consejo: Para ganar más medallas lo primero que tienen que hacer es mandar más deportistas y menos jefes de sector en la delegación.
Y otro consejo: Cuando se habla de deporte, al final se está hablando de educación, y de la formación de un profesional.

Ahí hay dos caminos, pero ambos parten de un principio moral:
-Vas a formar al profesional gratis, lo vas a tomar como una inversión, y después de dejarlo libre le vas a facilitar el desarrollo de su carrera, porque es tu inversión, y lo quieres en tu país, que es donde quieres que dé frutos.
-Vas a formar al profesional, y le vas a cobrar por su formación, y después lo vas a dejar libre y te vas a desentender, porque ya el profesional te pagó.
Cuba no parte de ese principio. Cuba es mezquina, chantajista, manipuladora, y nunca te deja libre. No solo con los deportistas. También con los médicos, con los militares, los abogados, los arquitectos, los guías de turismo, los pilotos, los marinos… La educación cubana es la más cara del mundo. Cuesta la vida.
¿Te vas a quejar porque dije Cuba y generalicé? No pierdas tu tiempo. Es Cuba. Somos nosotros. Tienes que aprender a meter las manos en la mierda.
El arquitecto que ve recibir a un medallista con una jaba con viandas y unos refrescos, conoce perfectamente el precio de hacer aquello para lo que uno nació. Todos los profesionales sienten el mismo dolor.
Durante mucho tiempo, los grandes planes para formar profesionales fueron faraónicos y grandilocuentes, mejor diseñados para ostentar nuestro sistema educacional que para cumplir una misión real. Todo estaba politizado de la manera más burda posible. Y la libertad del profesional nunca estuvo en esos planes.
Después, simplemente no hubo más planes.
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