Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Luis Alberto Ramirez ()

En 1958, Cuba figuraba entre los países más prósperos del hemisferio occidental. Su Producto Interno Bruto per cápita superaba al de la mayoría de las naciones latinoamericanas, su infraestructura era moderna, y su sistema educativo y de salud, aun con sus defectos, mostraba índices comparables con los de países europeos.

Sin embargo, pocos años después de la toma arbitraria del poder por parte de Fidel Castro, la isla pasó de ser una economía en desarrollo prometedora a un Estado dependiente, sostenido artificialmente por los subsidios del bloque soviético.

La Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de los Estados Unidos recordó esta semana en su cuenta oficial en X (antes Twitter) un hecho irrefutable: “En toda la historia de la humanidad, el comunismo nunca ha funcionado, y sin embargo, el régimen cubano continúa con su sistema fallido.”

Y no es una exageración. La historia cubana posterior a 1959 es el retrato perfecto de lo que ocurre cuando la ideología sustituye al pragmatismo, cuando el dogma reemplaza la razón y la utopía aplasta la economía.

Durante los años de la Unión Soviética, el régimen de La Habana vivió bajo un amparo artificial. Recibía petróleo, alimentos, tecnología, maquinaria y créditos blandos, todo a cambio de fidelidad política y apoyo militar en las causas que Moscú considerara estratégicas. En aquel entonces no se hablaba de “bloqueo”. De hecho, recuerdo vívidamente una enorme pancarta en la entrada del puente Almendares que proclamaba: “¿Con qué nos pueden amenazar los imperialistas, si tenemos un campo socialista que nos asiste en todo? CAME.”

A cambio, Cuba ponía los muertos

Esa frase lo decía todo: Cuba era un satélite soviético, una pieza más en el ajedrez geopolítico del Kremlin. Desde La Habana se organizaban y financiaban movimientos guerrilleros en América Latina, se entrenaban combatientes para la guerra en África, se adoctrinaban jóvenes comunistas de toda la región, y se enviaban armas y dinero con un solo propósito: desestabilizar las democracias occidentales en nombre de una supuesta “liberación”.

Era un sistema perfectamente orquestado: Moscú ponía el dinero; Cuba, los muertos. Fidel Castro, envuelto en su aura de mesías revolucionario, se convirtió en el intermediario del comunismo global, pero no en un constructor de nación. Su obsesión era el poder, no el bienestar del pueblo cubano. El resultado: un país arruinado, dependiente y cada vez más empobrecido.

Con la caída de la URSS, el castillo de naipes se vino abajo. Sin los subsidios soviéticos, el régimen perdió su sustento económico y su pretexto ideológico. Fue entonces cuando surgió el discurso del “bloqueo”, una palabra mágica que serviría desde entonces como justificación para todas las carencias, fracasos y miserias del sistema. Pero la realidad es otra.

Culpan al mundo de sus propios errores

Según datos oficiales del Departamento de Comercio de Estados Unidos, solo en el año 2024 las exportaciones estadounidenses a Cuba aumentaron en un 16%, alcanzando una circulación comercial de 585 millones de dólares. Si un país bloqueado recibe centenares de millones en productos y alimentos de quien supuestamente lo “asfixia”, ¿puede hablarse realmente de bloqueo?

La respuesta es evidente: no hay bloqueo, hay incompetencia. Hay un régimen que se aferra a una narrativa victimista porque no puede admitir su propio fracaso. Cuba no está aislada por el mundo, sino por su propio sistema político, por su falta de libertades, por su modelo económico inviable y por un liderazgo que sigue mirando hacia atrás, culpando al “imperialismo” de lo que ellos mismos destruyeron.

Como escribió José Ingenieros en El hombre mediocre: “Van por la vida con los ojos en la nuca, culpando al mundo de sus propios errores.”

Esa frase define con precisión al régimen de La Habana, que sigue repitiendo las mismas consignas vacías mientras su pueblo sufre las consecuencias de un sistema agotado hace ya más de seis décadas.

El comunismo en Cuba no solo fracasó económicamente; fracasó moralmente. Porque no hay mentira más grande que la de un poder que se proclama del pueblo mientras condena a ese mismo pueblo a la miseria en nombre de una ideología muerta.

Deja un comentario