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Una de corruptos

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Por Eduardo González Rodríguez ()

Santa Clara.- Shakespeare lo sabía. Hay dos maneras oprobiosas de corrupción. Unos se corrompen a causa de la pobreza, otros, a voluntad. El pobre, en ocasiones, siente vergüenza porque sabe que está mal, pero igual lo hace.

El que vive en opulencia no negocia con sentimientos. Su voluntad le indica que necesita más, y más, y más. El pobre entiende que en la opulencia del poderoso siempre hay alguna trampa disimulada con el dinero que convierte en piedras a los ojos de la Ley, pero nada puede hacer. Allí no llegan ni su voz, ni su voto. El poderoso tiene una clara filosofía de los pobres: son perros.

Desde siempre el pobre fue peor mirado que el esclavo. De ahí que las cárceles estén llenas de ladrones pobres, y las ciudades de ladrones importantes.

Tal vez por eso, por salvar la honrilla del Boticario, en este fragmento de Romeo y Julieta, puede verse esta distinción.

ROMEO: Vamos, ven aquí. Veo que eres pobre. Toma cuarenta ducados y dame un frasco de veneno, algo que actúe rápido y se extienda por las venas de tal modo que el cansado de la vida caiga muerto y el aliento salga de su cuerpo con el ímpetu de la pólvora inflamada cuando huye del vientre del cañón.

BOTICARIO: De esas drogas tengo, pero las leyes de Mantua castigan con la muerte a quien las venda.

ROMEO: ¿Y tú temes a la muerte estando tan escuálido y cargado de penuria? El hambre está en tu cara, en tus ojos hundidos la hiriente miseria. Tu cuerpo lo visten indignos harapos. El mundo no es tu amigo, ni su ley, y el mundo no da ley que te haga rico, conque no seas pobre, viola la ley y toma esto.

BOTICARIO: Accede mi pobreza, no mi voluntad.
ROMEO: Le pago a tu pobreza, no a tu voluntad.

Ya digo, Shakespeare sabía que por ahí iba la cosa.

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