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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- De sopetón, la Cuba próspera se convirtió en un gigantesco manicomio. Un hospital de Mazorra de 1 200 kilómetros.
Y lo peor, lo no esperado, nos cayó encima la mayor y más locuaz de las urracas parlanchinas. Su primera descarga pública, el 8 de enero del ’59, fue recibida con extrema curiosidad. Fue larga y tediosa. Erróneamente supusimos que en el futuro las arengas serían temporales y esporádica.
Pero, de eso nada, nos cayó carcoma, el aluvión de locas alocuciones fue de magnitud monumental.
La diarrea verbal de aquel demente fue un manantial inagotable. No había forma humana de escapar, ni en la casa, ni en la calle, ni el centro de trabajo. Tampoco en el parque, ni en el kindergarten, ni en la escuela primaria, ni la secundaria, ni en el Instituto, ni en la Universidad.
Vaya: con su insana palabrería “el Caballo” llenó a la Isla de moñingo a través de altoparlantes de San Antonio a Maisí.
No se podía disfrutar tranquilo de un simple programa de televisión sin la amenaza constante de ser interrumpido. Esto obligaba a dispararse otras seis o siete horas de las diatribas de un desaforado trastornado. Todas las estaciones de televisión y radio del país estaban en cadena.
Regaños, mentiras, medias verdades, exageraciones y exhortaciones, siempre dirigiéndose al pueblo cubano. Era como si fuera el propietario de un rancho hablándole a sus vacas, o el chulo castigando a sus prostitutas.
Sabiéndolo todo sin saber nada, terminaba cada discurso con la misma consigna de “Patria o Muerte”. Incitaba al martirologio sin él haber derramado una sola gota de sangre. Siempre colérico.
Comenzó prometiéndolo todo: “elecciones en varios meses”, “si un solo cubano me pone mala cara me afeito y regreso a Birán”. Decía “yo no soy comunista”, hasta el final balbuceando sobre Ubre Blanca, ollas chinas y la moringa.
Sinceramente, yo espero que el Diablo haya tenido mejor sentido común que el pueblo cubano. También deseo que antes de darle la entrada al infierno le haya cortado la lengua antes de meterlo en la caldera de agua hirviendo.