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Por Oscar Durán
La Habana.- Ocurrió este viernes en Ciego de Ávila, la sede del 26 de Julio. Fue uno de esos espectáculos que el régimen organiza para convencerse a sí mismo de que gobierna un país funcional. Miguel Díaz‑Canel y Manuel Marrero visitaron un mercado donde, de repente, los precios se desplomaron como si la inflación hubiera desaparecido de un plumazo.
La yuca a doce pesos la libra y el pepino a trece, todo a precios que el cubano promedio no ve ni en sueños. Un chiste, una burla bien ensayada para las cámaras. Lo más revelador no fue la abundancia ficticia, sino el silencio. Díaz‑Canel recorrió todo aquello sin pronunciar una palabra crítica. Actuó como si aquel montaje no mereciera explicación alguna.
Ese mutismo no es inocente; es la evidencia más clara de la desconexión que existe entre los dirigentes y el pueblo. En un país donde la inflación ha pulverizado el poder adquisitivo en apenas dos años, donde el salario medio no cubre ni una semana de necesidades básicas, esa escenografía ofende. Los cubanos saben que mañana ese mercado volverá a estar vacío. Además, los precios reales seguirán ahogando. El show de hoy no dejará nada tangible en su mesa.
Lo que vimos en Ciego de Ávila es un síntoma de algo más profundo: un gobierno que prefiere montar vitrinas por pura pantalla. Mientras los apagones se prolongan, la comida escasea y el transporte se cae a pedazos, la dirigencia viaja en helicópteros. Organizan puestas en escena para aparentar que existe control. Y cuando la cámara se apaga, todo vuelve al desastre habitual. Esa distancia no solo es física, es moral.
Es imposible creer que un dirigente que ve precios irreales en un mercado intervenido por su propia visita pueda entender la angustia de una madre. Especialmente una que paga en el mercado informal veinte veces más por la leche de su hijo. Es imposible que un primer ministro que celebra planes agroindustriales fallidos tenga noción de lo que significa comer arroz sin proteína durante meses. Y es insultante que lo único que tengan para ofrecer sea silencio.
Lo ocurrido este viernes en Ciego no fue gestión, fue un circo. Un mercado con precios imposibles que solo existen bajo la mirada del poder. Un montaje que, en lugar de acercar a los dirigentes al pueblo, confirma la brecha. Ellos allá arriba, blindados en helicópteros y discursos vacíos; el cubano de a pie, abajo, contando pesos y sobreviviendo al borde del hambre.
El silencio de Díaz‑Canel en Ciego de Ávila no fue casual: fue la confesión más honesta de su gobierno.