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Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Ayer tuve un viaje al pasado pero no a cualquier pasado. Nos adentramos en la primera mitad del siglo XIX. A las 9:40 iniciamos el arranque de la locomotora, una vieja máquina a carbón, bautizada por George Stephenson como Efisema por su habilidad para desbaratar los alveolos pulmonares con el humo.
La llegada de la visita bien merecía un buen café y en aquel año todavía no existía la electricidad. Como buen fogonero de locomotora, abrí el saco de carbón recién comprado en dos mil pesos y llené la hornilla. El fuego inicial se ha vuelto un problema lo que ha generado mucha inventiva.
Algo fallaba. Probé con papel sanitario embarrado de aceite, ramitas secas, colonia, nylon, gasolina, más gasolina… cuidado hijo, te vas a quemar… aire con una tapa, más aire, más. Se cansa una mano: coges la otra. El carbón parece húmedo.
Aparece un brillo rojo. El fogonero, yo, intensifico el soplado. Ni el lobo de los res cerditos puede conmigo. Enfisema ya está en marcha. Parte de la terminal a las diez en punto.
El viaje es largo y los pasajeros lo saben. Conversan en el vagón de pasajeros. El humo se cuela sobre ellos. Después del café, el maquinista orienta poner el arroz, las yucas, frijoles y pescado. Con el silbato anuncia que la caldera ha perdido presión.
El fogonero revisa la máquina y le falta carbón. No lo cree, es volátil. Quita la parrilla con una pinza. Se pone el guante, echa carbón y aire, más aire. Le arden los ojos. Se quita el guante. Está caliente. Pone la parrilla y sube la olla. Sus mocos son negros como la pared, detrás de Enfisema.
Maquinista protesta, más guante, más pinza, más carbón, se olvida la pinza, quemadura en los dedos, fogonero insultando a Stephenson por inventar aquello y no tener idea de lo cabrón que se pone el carbón. Sale el arroz, llegan las yucas que son de acero inoxidable y más carbón y más aire y más mocos.
Dos de la tarde y Enfisema no llega a su destino aún. El carbón es una mierda. El bueno es de marabú. Este debe ser de matica ornamental. El aceite se duerme, se pega el pescado, más carbón, más aire. Ya el fogonero no usa guantes y suda a chorros y tiene negras las manos y la cara y el sudor es copioso y negro también.
A las tres y media llega Enfisema a su destino. Los pasajeros huelen igual al fogonero y la yuca sigue dura y los frijoles están fríos de esperar por el pescado y el agua está caliente por culpa del Muchacho del Catao.