Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Alina Arcos Fernández-Britto
La Habana.- Vivo desde que nací a cinco cuadras de la Universidad de La Habana. Estudié y trabajo a una cuadra de ella. No recuerdo un concierto allí en que la tarima de los músicos mirara a la Escalinata de la Universidad, en lugar de la calle San Lázaro, donde siempre pudo acudir todo el que lo deseara. Y mientras más público asistiera, pues mejor y más vivificante, para él o los artistas que daban el concierto y probablemente mayor comunión de los asistentes entre sí y con él o los artista(s). Los conciertos al aire libre suelen ser «un fenómeno de masas».
No fue así ayer. Es demasiado simbólico el hecho de que, esta vez, el escenario quedó frente al Alma Máter y en consecuencia, de espaldas a la calle por donde transita y vive el pueblo y en donde se hubiera podido reunir (como tantas otras veces) cualquier cantidad de cubanos que quisieran llegarse hasta allí a ver y oír a Silvio, un fenómeno cultural y hasta cierto punto identitario de mi generación, de la de mis padres…y contra todo pronóstico, también de la de mis hijas, que sí asistieron al concierto, porque al igual que muchos de sus congéneres crecieron oyendo sus canciones.
Para mí esa disposición nada tenía que ver con el hecho de que según escuché, Silvio quería dedicar su concierto fundamentalmente a los jóvenes universitarios que protestaron contra el tarifazo (entre las cuales, aprovecho para decirlo con orgullo, estuvo mi hija menor). Ese fue (si como quisiera pensar no hubo segundas intenciones), un gesto virtuoso y un reconocimiento merecido a la necesaria rebeldía y la justa irreverencia de nuestros jóvenes ante el atropello que significó (y sigue significando) el impopular edicto de Etecsa, cara visible del gobierno para esa ocasión.
Para mí, la inusual disposición del escenario, obedecía más bien a la necesidad de los organizadores de limitar y controlar la afluencia, la entrada y las posibles salidas del personal que asistiera. Estratégicamente, los que allí se reunieran para escuchar el concierto, quedarían atrapados entre la tarima y los muros laterales de la escalinata, sin otra vía de escape que no fuera dirigirse hacia el interior de la Universidad, completamente tomada por personal de seguridad.
Incluso, si nadie nunca pensó (y es lo que creo) aprovechar el concierto y su visibilidad, para hacer alguna (sin dudas justificada) manifestación o acción de protesta contra la intolerable situación que vive el pueblo o contra el gobierno que es su máximo responsable, esa forma de configurar el mismo, es una demostración bastante clara de la inseguridad y el miedo conque están conviviendo los que detentan el poder en nuestro país. Y tengo que reconocer que como están las cosas, ambas sensaciones están lejos de ser infundadas. Tienen razones de sobra (también merecidas) para sentirse así.
Pero en mi opinión, Silvio no debió permitirlo. Después de varios años sin cantarle a su pueblo, su concierto debió ser un lugar donde cupieran todos los cubanos que quisieran acudir a escuchar sus canciones, cualquiera fueran sus motivaciones para hacerlo. Debió ser un lugar y un momento de libertad física y espiritual aunque fuera temporal y efímera. Sin embargo, en el mejor de los casos, no se opuso y dejó que sucediera.
El genocidio contra el pueblo palestino está mal y es condenable. Y me parece bien que se solidarice explícita, abierta y públicamente con ese pueblo. Pero ¿y su pueblo?
Nuestro pueblo, nuestra esperanza, incluso nuestra cultura, de la cual él mismo es sin dudas una parte importante, también está siendo exterminada.
Me hubiera gustado ver en su cuello una bandera cubana antes que un símbolo del pueblo palestino. Coincidentemente, el mismísimo que llevó la Machi al concierto, tan de pueblo y sacrificada como es ella.
Me gustaría ver de Silvio su solidaridad y empatía con el pueblo (su pueblo), ese que tenía justo frente a él, ese que lo escucha y ovaciona, sin perder las esperanzas de que alguien capaz de escribir esas canciones que aún hoy nos estremecen, será capaz algún día de ponerse a la altura de las mismas y acompañar (realmente) al pueblo que las hizo transgeneracionales, aunque todavía hoy en día permita, que ese pueblo sea «acorralado» entre dos paredes, un escenario y un solapado (y no tanto) despliegue de seguridad.