
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Yoandu Izquierdo Toledo (Centroconvergencia.org)
Pinar del Río.- Los laicos católicos y el pueblo cubano en general, con motivo del Año Jubilar que celebramos este 2025, hemos recibido el pasado domingo, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, un contundente mensaje de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que rememora el lema propuesto desde Roma para este Año Santo: “Peregrinos de Esperanza”. Pero no una esperanza falsa, pasiva, opio de los pueblos, sino aterrizada, encarnada, sufrida, realista, para poder dar el salto hacia la añorada libertad que solo puede venir de la verdad. Y la verdad parte de reconocer que estamos, aquí y ahora, en el peor momento de la historia nacional.
Desde la Carta Pastoral “El amor todo lo espera”, en 1993, no escuchábamos un mensaje tan apegado a la realidad del pueblo que sufre. En aquella ocasión, hablando de la misión de la Iglesia, los obispos de entonces decían:
“Nosotros, pastores de la Iglesia, no somos políticos y sabemos bien que esto nos limita, pero también nos da la posibilidad de hablar a partir del tesoro que el Señor nos ha confiado: la Palabra de Dios explicitada por el Magisterio y la experiencia milenaria de la Iglesia. Nos permite también hablar sobre lo único que nos corresponde: el aporte de la Iglesia al bien de todos en el plano espiritual y humano. Y hablar con el lenguaje que nos es propio: el del amor cristiano. La Iglesia no puede tener un programa político, porque su esfera es otra, pero la Iglesia puede y debe dar su juicio moral sobre todo aquello que sea humano o inhumano, en el respeto siempre a las autonomías propias de cada esfera”.
A lo largo de todos estos años muchos cubanos han esperado que la Iglesia, entendida como institución, haga pronunciamientos políticos, que no han tenido lugar. Sin embargo, bien aclarado quedaba desde aquel mensaje que sí es posible acompañar a la persona humana en el largo camino hacia la libertad y ayudarle, con las herramientas propias que la vida religiosa proporciona, a transitar en defensa de los derechos y de la dignidad plena del hombre. Tal pareciera que, 32 años después, el mensaje “Peregrinos de esperanza” viene a ser continuidad de “El amor todo lo espera”, porque, como también se describía en esta última, la situación negativa del país ha aumentado en cuanto a incertidumbre y desesperanza.
Casi que con esas mismas palabras, pero convencidos de que el grado de deterioro está muy por encima de la década de los noventa, la Conferencia episcopal actual nos recuerda que:
“…entre nosotros son muchos los que viven desesperanzados, aprisionados por la incertidumbre y la confusión ante un presente dramático y un futuro que no se acaba de ver con claridad, porque se tiene la impresión de que hemos perdido Ios resortes, el dinamismo y la voluntad para cambiar las durísimas condiciones de vida del pueblo.”
Se constata la realidad, llamándole a cada cosa por su nombre, sin medias tintas, ni falsos edulcorantes. La situación es de tal gravedad y el desmoronamiento del alma de la nación escala límites tan insospechados, que no es solamente que el futuro no se vea de forma clara, es que esa desesperanza ha matado en muchos la visión de futuro. Algunos emigran; el resto, que por opción, o por falta de opción para emigrar, permanece en la Isla, vive en la agonía de la falta de voz y voto, con la alegría robada y los derechos humanos irrespetados. El desarrollo humano integral es un concepto de manual o un indicador de desarrollo que se puede enarbolar en cumbres, para hablar del universo paralelo que es Cuba en la arena internacional, presentada por las autoridades gubernamentales. Del lado de acá, hacia adentro, es palpable que:
“Con desesperanza y sin alegría no hay futuro para ningún pueblo.”
En la primera parte de la carta, en esa especie de análisis de la realidad que durante muchos años el Centro de Estudios Convivencia también realiza y comparte, se describen todas aquellas situaciones que, lejos de contribuir a la búsqueda del bien común, limitan el desarrollo personal. Los obispos cubanos, explícitamente, reconocen también en esa larga lista a todos aquellos “que no sienten que pueden expresar libremente sus convicciones”. Inclusive, en un sistema totalitario como el nuestro, llegar a esa conclusión en un análisis de la realidad puede tener sus implicaciones, porque se espera que el hombre-masa no piense, sino asuma el diseño de la vida que otros han escogido para todos. Y si Dios respeta la libertad humana, ¿cómo no va a ser respetada por el prójimo?
Otra de las razones por las que el mensaje de los obispos me ha gustado tiene que ver con algo más personal: en la segunda parte pasan de la queja a la propuesta, porque reconocen que:
“La realidad dolorosa y apremiante que experimentamos, pide no quedarnos únicamente en los análisis, descripción de los problemas y sus múltiples causas. Nos exige cambiar el rumbo de esta situación.”
Y abren de una forma directa con una pregunta: “¿Cómo revitalizar la esperanza de tantos cubanos?” Respondiendo con algunas propuestas legítimas y reconociendo que:
“La diversidad de puntos de vista es una necesidad y una riqueza cuando se busca el interés más grande de la patria, por encima de los intereses particulares.”
Por otro lado, hablando de acciones concretas, de la urgencia patente para salir a flote, la Conferencia episcopal, al igual que venimos planteando la mayoría de los grupos de trabajo desde la sociedad civil, reconoce que:
“Es el momento de crear un clima, sin presiones ni condicionamientos internos y externos, donde se puedan llevar adelante los cambios estructurales, sociales, económicos y políticos que Cuba necesita.”
En ese clima de diálogo respetuoso, pero firme y propositivo, la Iglesia en Cuba podría resultar un mediador válido dada la experiencia que tiene en cuanto a contribuir a la solución pacífica de los conflictos, en cuanto al trabajo de Doctrina Social y a la medición del pulso del cubano de a pie por sus obras de caridad y el desarrollo de su misión evangelizadora en cada rincón de la Isla. La Iglesia es “experta en humanidad” y, ademas, está nutrida de la diplomacia y dotada de esos mismos dinamismos de los que se habla en el Mensaje y que hemos perdido. La Iglesia, contando con todos sus hijos, sin exclusiones, también hacia el interior de ella misma, podría ayudar a acelerar el paso en el emprendimiento, sin miedo, de los nuevos caminos para Cuba.
El propio Mensaje de nuestros pastores me da esperanza. Prefiero ser optimista. La situación actual de Cuba no tiene precedentes. Urge salvar a Cuba.